Durante el primer período imperial romano, llamado época de los Césares, Roma es ya efectivamente la nueva capital del mundo, y se comprende que acudieron a ella artistas de las antiguas metrópolis helenísticas. Por esto, uno de los problemas más difíciles de la Historia del Arte estriba en discernir lo que hay todavía de grie go y lo que hay de romano en las primeras obras del arte augústeo. Y el problema es aún mucho más difícil porque estos artistas griegos sufrieron en seguida la acción del genio romano; en cada caso particular surge la duda de si se trata de una obra de artistas griegos romanizados o de artistas romanos helenizados.
Como ejemplos de obras de los primeros días del reinado de Augusto, ejecutadas acaso por artistas avecindados en Roma, pero siempre de puro espíritu griego, deberíamos citar un grupo de relieves bellísimos descubiertos en diversas partes de la ciudad, algunos en el propio Palatino. Formaban series de pequeños cuadros esculpidos que quizá decorarán habitaciones; uno de ellos, el más exquisito, reproduce un motivo griego que había ya representado la pintura antigua: la liberación de Andrómeda por Perseo. La hermosa joven desciende, hasta encontrar al héroe, por los peldaños materialmente húmedos de una roca; el dragón está a sus pies, testimonio del combate preliminar; pero no es el esfuerzo heroico lo que impresiona en este relieve, sino la gracia fina, urbana, con que se encuentran los dos personajes. El joven no tiene más que extender el brazo; ella se acerca agradecida; los pliegues de la túnica y el manto muestran aquella suave hermosura de líneas paralelas que a veces se encuentra en las cosas naturales, como una flor abierta o un plumaje exquisito. Otro de estos relieves mues tra a Endimión dormido; el joven reposa blandamente, mientras su perro aúlla, como si viera a Diana aparecer en el fondo, marcado con las sombras horizontales del relieve, que dan una impresión plástica de la obscuridad de la noche. He aquí ya dos detalles, el de la humedad de la roca del relieve de Perseo y el de las tinieblas del de Endimión, que son efectos de un realismo pictórico que el arte griego no se hubiera atrevido a pedir a la escultura.
Esta misma impresión de compostura helenística y de realismo latino la producen dos preciosísimos relieves, llamados, de su primer posesor, relieves Grimani, también encontrados en Roma y actualmente en el Museo de Viena, los cuales representan una oveja y una leona con sus cachorros. Con toda seguridad fueron utilizados para el adorno de una fuente; en los fondos se reproducen todavía los paisajes idílicos, tan estimados en la época helenística, con cuyos modelos puede decirse que el arte romano imperial va aprendiendo. En el relieve de la oveja se ve un gracioso zurrón pastoril colgado de un árbol y el redil con la puerta abierta; en el otro, que debería mostrar el ambiente salvaje de la caverna de la Icona, hay una ara con un tirso y una guirnalda. Hermanadas la oveja y la leona!
Más pronto el sentido histórico y en extremo positivista del pueblo romano exige de sus maestros griegos una más directa imitación de la realidad. La obra más antigua que conocemos del género histórico, puramente romano, son los relieves que hace poco se han identificado como de un friso que adornaba el altar levantado por Domicio Enobarbo en conmemoración desu victoria de Brindis. Estos relieves, descubiertos ya desde muy antiguo, habían sido vendidos en Roma y dispersados; unos están en el Museo de Munich y otros en el del Louvre, olvidándose la procedencia común de un mismo sitio.
Los fragmentos de Munich representan un cortejo de nereidas y tritones que acompañan el carro de Venus y Neptuno, y están ejecutados en un estilo tan genuinamente griego, que en las historias del arte se acostumbran citar, no como romanos, sino como modelos de la última orientación del arte helenístico alejandrino. En cambio, en la parte anterior del altar, que es la del Museo del Louvre, el friso representa por primera vez una escena que será luego mil veces repetida por el arte romano: el sacrificio ritual de acción de gracias con que un jefe militar debía terminar siempre una campaña. El propio Domicilio está representado vestido con la toga del sacrificador a un lado del ara, adonde le llevan las víctimas varios auxiliares, como él coronados de laurel. Más allá, los veteranos se despiden de su general visiblemente emocionados; uno esconde el rostro mientras se apoya en el caballo. Toda esta parte del friso tiene, pues, un carácter perfectamente histórico; representa un hecho determinado; debe de ser casi de actualidad, y, sin embargo, se pone a continuación de los relieves de Munich, donde las nereidas y tritones no sirven más que para darnos, con el lenguaje siempre alegórico preferido del arte griego, una alusión mitológica de la campaña naval de Domicio Enobarbo.
En la parte genuinamente romana del friso, o sea la del sacrificio, todos los detalles están evidentemente copiados de la realidad; la cabeza de Domicio debe de ser un retrato, como también acaso las de algunos de sus acompañantes. Las tres víctimas conducidas al sacrificio, el cerdo, el carnero y el toro, señaladas por el ritual romano, están en orden inverso en el ara de Domicio Enobarbo, porque la ceremonia era para celebrar el término de la acción guerrera. Pero, en cambio, para abrir una campaña su orden debía ser litúrgicamente contrario. Así puede verse en los relieves que decoraban también con estas tres víctimas una bellísima tribuna del Foro romano y en otras representaciones de este asunto en la columna Trajana, en frisos de arcos triunfales y en simples aras, donde se reproducen las víctimas, o Suovetaurilia como se llamaban, y además los sacrificadores en grupos pintorescos. El arte romano sintió una predilección extraordinaria por esta escena, donde aparecen mezclados el sentimiento religioso del culto oficial del Estado y la glorificación de los triunfos de sus legiones.
He aquí cómo ya desde un principio el pueblo romano, cliente del arte griego, imponia temas nuevos en que necesariamente tenía que manifestar un estilo original.Nada parecido hay en el arte griego a estos sacrificios militares; un artista de Atenas o Alejandría recién llegado a Roma debía de encontrarse perplejo al recibir el encargo de un asunto conmemorativo de esta naturaleza, tan radicalmente extraño al ca rácter de su raza, propensa a traducir siempre la realidad en una alegoría mitológica. Pero el sentido especial de lo histórico se impone hasta en las obras de menos importancia; puede decirse que, ya desde el reinado de Augusto, éste es el carácter esencial del arte romano.
Hasta en provincias hay ejemplos elocuentes de la desviación del arte romanohacia los asuntos de carácter social y político. En el monumento funerario llamado de los Julios, cerca de Saint-Rémy, en Provenza (que parece construido en los primeros años del gobierno de Augusto), existen varios relieves que representan escenas de combates casi contemporáneos de las guerras con los galos. Cuelgan del friso unas guirnaldas con máscaras sostenidas por amorcillos, tema muy poco militar; pero en el relieve de la batalla impera el realismo en la agrupación de los personajes y en la confusión de los términos de los combatien- tes, que es una verdadera novedad en la evolución del arte antiguo. Los personajes del friso del ara de Domicio Enobarbo están aún en un solo plano; en el monumento de Saint-Rémy ya no hay verdadera división de términos, y las figuras se interseccionan y mezclan sin orden, como en la misma realidad. Estos relieves del monumento de Saint-Rémy pasan por ser la obra de un artista griego, pues no se concibe facilidad tan grande de técnica y ejecución en el arte romano imperial, todavía balbuciente. Pero, aunque la mano sea griega, el espíritu es ya romano; recordemos que los últimos artistas helenísticos de Pérgamo, para glorificar un hecho histórico, como las victorias sobre los bárbaros, tuvieron que idealizar y transformarlo con estilo trágico y teatral. Aquí asistimos simplemente al hecho mismo de la batalla; sólo la Victoria aparece en medio llevando un trofeo, y una figura recostada que se ve a la izquierda parece ser la personificación del lugar; son los dos únicos elementos mitológicos, la Victoria y el Genius loci, que los artistas romanos conservarán siempre en sus asuntos de carácter histórico.