MOMMSEN, al empezar a escribir en el 1850 su Historia de Roma, podía decir con exactitud para aquel entonces. Hasta hoy, nada nos da derecho a ammar que el hombre haya existido en 1 ia en un estado más primitivo que el que supone el cultivo de los campos y el co nocimiento de los metales. Y si la especie humana hubiera habitado la Península en un estado más primitivo, los restos de esta época, en todo caso, han desaparecido. Poco después que Mommsen escribiera estas palabras de su clásico libro, empezaban los descubrimientos de las edades prehistóricas en Italia. Actualmente, los materiales acumulados por la arqueología prehistórica de la Península itálica son abundantísimos. Desde los más rudimentarios sílices tallados hasta objetos que revelan pueblos en plena organización social, se encuentran manifestaciones de todas las etapas intermedias de vida primitiva.
El hombre prehistórico italiano debió de tatuarse y pintar su piel, porque los cráneos encontrados en grutas que servían de sepultura están teñidos de ocre, y junto al cadáver se halla una pequeña vasija con pintura para renovar su tocado. A veces, en lugar de enterrar los cadáveres se procedía a su cremación, y las cenizas eran depositadas en toscas vasijas que se sepultaban luego en el fondo de pozos abiertos artificialmente en la roca. A este grupo de sepulturas pertenecen las de una importante necrópolis vecina de Bolonia, llamada de Villanova, donde ya se encuentran, además de la cerámica, varios objetos de bronce. Las ollas cinerarias contienen pequeñas urnas en forma de cabaña, y los restos de la cremación están encerrados en esta vivienda en miniatura, imagen de la que el difunto debió de habitar en vida. Tales cabañas funerarias son idénticas a las que construyen todavía los pastores trashumantes del Lacio, a las puertas mismas de Roma; las perchas salen de la cubierta y muestran la típica construcción de troncos y ramas. La más importante (por el lugar que ocupa) de todas las necrópolis itálicas, con tumbas en forma de pozo y vasijas cinerarias, es la descubierta en 1902 en el propio Foro Romano. Pero las tumbas prehistóricas del Foro son extraordinariamente pobres de ajuar funerario; parecen querer observar la primitiva ley de Roma, la llamada de las Doce tablas, que proscribe el Jujo de los sepulcros: los difuntos debían ser enterrados sin más oro que el usado para sostener y rellenar los dientes. En la misma época en que estas poblaciones habitaban el centro de Italia ofreciendo un cuadro bien pobre de cultura post neolítica, en el norte se instalaron otros pueblos que vivían en un estado de civilización algo más avanzado. Habitaban unos campamentos construidos sobre plataformas de madera, sostenidas por pilotes, llamados terramares. Las plataformas sobre pilotes sugieren que estas gentes provenían de lugares pantanosos, y que más tarde, al construir ciudades en Jugares secos, todavía hincaban por tradición las mismas hileras de troncos en el suelo, so- bre los cuales apoyaban un gran tablado que servía de pavimento para sus chozas. Los terramares estaban rodeados por un talud o muralla de tierra con cuatro puertas en los centros de los cuatro lados del tablado, trapezoidal o rectangular. Dos anchas calles de chozas iban de Norte a Sur y de Este a Oeste, y el estudio astronómico de las ligeras desviaciones de su orientación ha hecho suponer que el plano de estas ciudades se fijaba precisamente en el solsticio de primavera.
La planta rectangular de los terramares y sus dos calles en ángulo recto, que se encuentran también en las reglas de la urbanización romana, ha hecho creer que estos pueblos de los terramares fueron los que descendieron a la Italia Central y se impusieron a la fuerza o se infiltraron entre las primitivas poblaciones del Lacio. Los antiguos pobladores serían la plebe, mientras que los recién llegados habrían fundado las familias del patriciado romano, o viceversa; ambas gentes se conservaron siempre aparte, con ritos funerarios y costumbres familiares diferentes unas de otras. Plebe y patriciado, conviviendo sin absorberse, formaron la Urbs, o Ciudad Eterna, y es posible que el hecho de la llegada de los invasores se perpetuara más tarde con la leyenda de la fundación de Roma, el suceso más trascendental de la historia de Italia. En la organización ya casi municipal del pueblo de los terramares, que desde la remota época neolítica había aprendido a vivir disciplinado, en común, dentro de una ciudad rudimentaria de barro y madera, se buscan hoy los antecedentes civiles de Roma, con sus innegables aptitudes para el gobierno y la administración.
Resulta curioso, sin embargo, observar que los recién llegados aprendieron en el Lacio a construir grandes muros de piedra para encerrar sus ciudades, todavía cuadradas, como lo era el primer recinto del Palatino. En esta colina de Roma, que más tarde quedó ocupada por el palacio imperial, habitaron exclusivamente en la época republicana familias patricias. Se consi deraba el primer núcleo de la Roma de las siete colinas, el Septimontium, y se le llamaba la Roma quadrata porque su plataforma superior tenía la forma aproximadamente de cuadrilátero, como los terramares. Todavía en la época imperial, cuando el Palatino era una colina cubierta de palacios magníficos, a la puerta del lado del Foro, que por una rampa conducía al valle, se la llamaba puerta Mugonia, porquela tradición aseguraba que por allí, en los primeros días de Roma, descendían mu giendo los ganados a agravarse en los estanques aún no desecados del valle.
En los terramares, al lado de la plataforma del poblado había un montículo artificial de tierra, para el culto tribal. Era un lugar llamado mundus o templum, donde se manifestaba la voluntad de los númenes divinos. Este montículo podría haber sido el embrión del tipo de santuario la tino llamado fanum, que era un recinto sagrado para congregarse Las multitudes en honor de un numen o divinidad local. He aquí dos aspectos de las religiones de los pueblos itálicos que las diferencian enteramente de las helénicas y tienen consecuencias capitales para el arte. El fanum itálico no es la morada de un dios, como el templo griego, sino un lugar santo sin ninguna estructura monumental para acoger la divinidad ni conservar su simulacro, puesto que el numen itálico no tiene corporeidad ni apariencia física y no se sabe si es masculino o femenino.
La primitiva religión itálica de los númenes fue gradualmente transformada por la penetración de cultos etruscos primero y helénicos más tarde. Los númenes acabaron por identificarse con los dioses etruscos y griegos, tomando forma humana, pero aparecieron con retraso a otras manifestaciones artísticas romanas y siempre con poca originalidad. Lo mismo podría decirse de los edificios religiosos roma- nos: hasta en la época más floreciente del Imperio, sus templos fueron como versiones provinciales de estructuras helénicas.
Continuará..