El primer director del Escorial, aquel en quien recae la gloria de haber trazado el plano general del edificio y haber puesto la obra en buen camino, era un tal Juan Bautista de Toledo, que había trabajado en Nápoles a las órdenes del ilustre virrey don Pedro de Toledo, empezando el aventamiento del barrio antiguo de aquella ciudad con una calle de reforma que todavía hoy es la arteria principal de sus barrios centrales. Con esto sólo ya se nos revela Juan Bautista de Toledo como hombre capaz de concebir grandes proyectos de arquitectura y urbanización, y en El Escorial hay que reconocer que también supo planear en grande. Circunscribe todo el conjunto monumental dentro de un rectángulo, del cual sólo se proyectan los aposentos reales. La iglesia-panteón está en el centro, en el eje, y a cada lado se distribuyen, la con absoluta simetría, los patios y las pendientes, el convento, la biblioteca y la pinacoteca. Felipe II, a pesar del carácter austero que todo el mundo le atribuye, quería que el que había de ser panteón de la monarquía fuese también emporio del arte y de las letras; para lograrlo no desperdició las ocasiones de traer al Escorial los manuscritos árabes que no quemó Cisneros y los códices griegos de Antonio Agustín, de don Diego Hurtado de Mendoza y otros, traídos de la Universidad de Besarión, en Mesina. Sin embargo, a pesar de todas estas riquezas literarias y de las pinturas acumuladas, El Escorial es un mausoleo, un panteón real, con su templo funerario y dependencias como las de las tumbas del antiguo Egipto.
El primer director del Escorial, Juan Bautista de Toledo, murió en 1567, cuando obra sólo estaba comenzada, y aunque temporalmente le sucedió aquel mismo bergamasco que hemos visto también trabajar en el Alcázar de Toledo, el verdadero continuador del primer maestro fue Herrera, quien le había asistido en la dirección desde los primeros días. Herrera había estado también en Italia, pero no con carácter permanente ni desempeñando cargo alguno, como Juan Bautista de Toledo. Era más netamente español y su intervención en los trabajos del Escorial, cuando llegaba el momento de puntualizar los detalles y de terminar todo el edificio, fue decisiva. La fachada es un inmenso muro de granito, sin adornos; termina con dos torres en los extremos, pero sin avanzar del paño del muro, para que no produzcan efecto de cuerpos salientes. Las ventanas, talladas geométricamente, sin molduras ni cornisas, se suceden en línea interminable; sólo en el centro del muro, para que la austeridad no resulte pobreza, se decora la entrada con ocho pilastras dóricas, que sostienen un pequeño cuerpo central, más alto, con cuatro pilastras menores y un frontón. Pasada la primera crujía, un patio forma como el vestíbulo o atrio de la iglesia. Aquí, el ambiente más reducido exige otro estilo: la severidad, que en la fachada exterior se compensa por su masa, en el patio sería mezquina. Juan Bautista de Toledo, o más bien Herrera, tuvieron que aplicar sus conocimientos del clásico grecorromano en la fachada de la iglesia, pero lo hicieron sin salirse del dórico, encuadrando su silueta sólo con molduras y ventanas. Seis figuras de seis de los reyes de Judá, puestas en altos pedestales sobre el entablamento del primer piso, son las únicas esculturas de la fachada.
Monasterio del Escorial: Templete del Patio de los Evangelistas.
En el interior de la iglesia continúa sin vacilaciones el mismo orden dórico; unas pilastras gigantescas llegan hasta el arranque de las bóvedas. Nada de estuco ni de revestimiento de mármol, todo el despiece de granito, visible con regularidad geométrica, acaba de dar a la iglesia el aspecto solemne de un panteón. El interior de la iglesia del Escorial, con sus altas pilastras dóricas y anchos arquitrabes con triglifos solamente, por sus acertadas proporciones es muy digno de contarse entre las más importantes obras de arquitectura del Renacimiento.
Edificio de la Diputación, en Valencia.