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En España, el Neoclasicismo comenzó a consolidarse durante el reinado de Carlos III. Influido por la Ilustración, este monarca impulsó numerosas obras arquitectónicas que reflejaban los ideales clásicos. Edificios como la Puerta de Alcalá y la Puerta de Toledo, diseñados por Francesco Sabatini, destacaron por su simplicidad y monumentalidad.
Durante el reinado de Carlos IV, el estilo neoclásico se afianzó aún más, desterrando definitivamente al Barroco. Ejemplos destacados incluyen la Casa del Labrador en Aranjuez, decorada con motivos pompeyanos, y la iglesia de San Francisco el Grande en Madrid, cuyo diseño busca emular las proporciones de edificios antiguos. Además, Juan de Villanueva dejó un legado importante con obras como el Museo del Prado y el Observatorio Astronómico, ambos inspirados en modelos clásicos.
En las provincias, el Neoclasicismo también dejó una huella significativa, como se aprecia en la Lonja de Barcelona y la catedral de Vich. Estas construcciones reflejan cómo este movimiento trascendió las capitales, llegando a las regiones más remotas.