Las figuras de mujeres orantes en las catacumbas se representan vestidas con túnicas y tocas, mientras que los hombres llevan mantos pequeños y tienen la cabeza descubierta. Estas representaciones simples, con las manos levantadas en actitud de oración, sirven tanto para simbolizar a los cristianos vivos como a sus almas en el más allá. Algunas escenas muestran a toda una familia representada como orantes, y con el tiempo, los artistas empezaron a ilustrar el banquete celestial, sugiriendo los primeros conceptos del banquete eucarístico.
La figura del Cristo como el Buen Pastor se introdujo como una solución para representar al Mediador. Esta imagen tenía precedentes en el arte pagano, donde el zagal con un cordero o ternera sobre sus hombros era un tema recurrente. Los cristianos adaptaron esta figura, dotándola de una nueva expresión de serenidad y gozo, representando al Buen Pastor en un estado de arrobamiento místico mientras cuida de su rebaño.
En el arte de las catacumbas, el Cristo se representa a menudo de manera impersonal, en escenas como la resurrección de Lázaro o las bodas de Caná. La imagen de Jesús se mantiene en su juventud imberbe, cubriendo a lo sumo el labio superior con un ligero vello. Las representaciones del Cristo en su crucifixión y resurrección eran menos comunes y se realizaban principalmente mediante símbolos alegóricos.
La Virgen y el episodio de la Natividad también aparecen en las catacumbas, aunque de manera discreta. Un fresco famoso, descubierto por Bossio, muestra una figura que se cree representa la profecía de Isaías sobre la Virgen que dará a luz al Emmanuel. Sin embargo, las representaciones de la Virgen son escasas y han sido objeto de debate, con algunas interpretaciones sugiriendo que podría no ser María, sino otra figura simbólica.