A principios del siglo VIII, no sólo los fanos, sino la mayoría de las ciudades del Lacio, fueron encerrados entre grandes muros de aparejo cuadrado o poligonal. Desde el Renacimiento se los tuvo por obra de los pelasgos u otras poblaciones antiquísimas del Mediterráneo; hoy sabemos, merced a las excavaciones, que fueron asentadas sobre una capa en que se hallan ya vestigios de cerámica relativamente moderna. No son, pues, pelásgicos ni misteriosamente prehistóricos, sino contemporáneos de los muros romanos del período de los reyes. Así, al lado de Roma, otras ciudades constituidas en estados se encerraban también dentro de fuertes muros de piedras más o menos escuadradas.
Algunos tienen ya las piedras labradas en aparejo poligonal. El formidable recinto de Alatri parece haber sido una acrópolis religiosa, con un templo en lo alto de una gran terraza y una pequeña cella, que dominaba gran parte del Lacio. Así debió de ser también el famoso santuario panlatino de Alba y el fano de Palestrina, la antigua Preneste, en cuyo templo de la Fortuna se celebraba todavía culto durante la época de los emperadores.
Otra acrópolis también religiosa debió de ser, ya desde la fundación de la urbe, el Capitolio de Roma. Este monte, separado de la ciudad cuadrada» del Palatino sólo por el valle del Foro, fue fortificado por los reyes etruscos, y su doble cumbre sirvió de asiento a un templo y a una ciudadela. El templo del Capitolio, varias veces reconstruido, fue terminado con gran veneración, como el centro principal de la piedad romana. Descrito infinidad de veces por los escritores antiguos, sabemos que desde un principio estaba dividido en tres cellas separadas para tres cultos reunidos en el mismo santuario: la tríada Capitolina, Júpiter, Juno y Minerva, los númenes protectores del pueblo romano. Tenía un pórtico doble, con cuatro columnas de fachada, mucho más separadas que las de los templos griegos clásicos. Su cornisa estaba decorada con acroteras muy complicadas, y sus frontones con grupos de estatuas de tierra cocida ejecutados por artistas que se importaron de Etruria. En una palabra, ofrecía todas las características de un santuario etrusco; todo en él lo recordaba, desde la idea de dar a los númenes habitación o estancia separada hasta su decoración de cerámica. Restaurado varjas veces, no quedan más que representaciones de la época imperial.
Los etruscos, no sólo implantaron en Roma ritos religiosos, estructuraron una clase sacerdotal e introdujeron, como ahora acabamos de ver, la forma misma del santuario oficial, sino que, durante un lapso de tiempo relativamente largo, hombres de aquella raza fueron verdaderos señores de la urbe.
Según la antigua tradición, Rómulo había fundado a Roma en el año 753 antes de Cristo, y la ciudad había sido regida después, hasta el año 616, por los siguientes sucesores del fundador: el sabino Numa Pompilio, el latino Tulio Hostilio y otro sabino, Anco Marcio, al que en la fecha indicada había sucedido Tarquino el Antiguo, un etrusco que, según la leyenda, era hijo del corintio Demarato. Entre el reinado de este primer Tarquino y el de su hijo, Tarquino el Soberbio, se interpuso el de otro soberano de raza etrusca, Servio Tulio. Hasta aquí la tradición legendaria, que no es sino una deformación de hechos históricos, aunque esta intromisión etrusca en Roma no se inició, realmente, con anterioridad al 550 antes de Cristo, para perdurar hasta el 509, año en que Tarquino el Soberbio fue depuesto por los romanos, que adoptaron para su gobierno el régimen republicano. De estos tres etruscos que fueron reyes de Roma, el segundo, Servio Tulioque al decir del emperador Claudio, en su célebre discurso ante el Senado, en el año 48, se habría llamado, en su lengua, Mastarna, fue el que mejor encarnó el carácter de condottiero, o soldado de ventura, que debió de ser común a estos tres personajes. Uno de los frescos de la famosa tumba François, en Vulci, representa a dos hermanos etruscos, Celio y Aulo Vibenna, combatiendo, al lado de Mastarna, a Cneo Tarquino de Roma, o sea el primer Tarquino. Hoy aquella tumba es tenida como obra del siglo 11 antes de Cristo: pero esto no es inconveniente para que le prestemos crédito en lo que concierne a un episodio que ocurrió 400 años antes.
El reinado de Servio Tulio habría representado, pues, el triunfo pasajero de una facción política etrusca, de Vulci, sobre otra facción de aquella misma raza que había logrado hacerse antes con el gobierno de Roma.
La tradición ha hecho de aquel rey el edificador del primer recinto amurallado de la ciudad, mientras que los Tarquinos, padre e hijo, habrían hecho construir la Cloaca Máxima y, como acabamos de decir, el templo erigido sobre el Capitolio con les tres cellae. Bien pronto Roma, bajo la República, inició su expansión por Italia, pero ya mucho antes, a partir del siglo VII antes de esta era, había quedado abierta a la influencia cultural helénica de la Magna Grecia, y con esta influencia se introdujo, desde Nápoles, también la del arte griego propio de aquellas colonias existentes en el Sur, lo cual no quiere decir que dejará de experimentar, como antes, la influencia de la corriente artística de los etruscos, sus antiguos dominadores y aho ra vecinos en trance de ser subyugados. La introducción de los espectáculos teatrales, a mediados del siglo iv es un fenómeno debido a influjo etrusco, y el primer objeto de arte del que sepamos con certeza que fue hecho en Roma, el cofrecillo o cista Fico roni, en cuya lámina de bronce hay grabadas escenas del mito de los Argonautas, está firmado por el etrusco Novios Plautios y data de hacia el año 330 antes de nuestra Era. Este ejemplar se relaciona con otras obras metálicas de los talleres etrus- co-latinos de Preneste, ciudad vecina a Roma, cuyos artistas venían, con frecuencia, a instalarse en la misma urbe romana. Más, a partir de fines de aquel siglo, las victorias alcanzadas por los romanos sobre los samnitas, al Sur, y sobre los celtas, al Norte, repercuten en el mundo griego, y los autores de Grecia se hacen eco de aquellos triunfos. Se inicia entonces un nuevo contacto cultural romano-griego, pero esta vez, no a cargo de las colonias griegas del
sur de Italia, sino de Grecia misma. Así, pues, a pesar de que existía en Ro- ma un sector de opinión que, por su tradición de austeridad republicana, se resistía a esta invasión del gusto y las costumbres griegas, la influencia griega se hizo irresistible. Se tuvo que transigir con la ciencia, principalmente con la medicina de los griegos, la filosofía desmoralizadora y, sobre todo, la religión… Los viejos númenes romanos tuvieron que identificarse con Jos dioses del Olimpo: Júpiter, el numen del volcán de Monte Albano, se confundió con Zeus; Juno, el numen de Lavinia, con Hera; Diana, el numen de un bosquecillo del Lacio cercano a Roma, se reconoció como Artemisa; Marte, un numen agrícola Jatino, se resignó a ser el Ares bélico griego; Atenea fue reducida a Minerva. Para todos ellos fue necesario construir templos que ya tenían que ser de tipo helénico.
Con lo poco que queda en Roma y en el Lacio de construcciones y esculturas del tiempo de la República, vamos a ver lo que eran estos primitivos edificios filohe lénicos romanos. Se conserva en Cori, pequeña ciudad del Lacio, cerca de Roma, el llamado templo de Hércules, de estilo dórico, con esbeltas columnas y molduras planas en su entablamento, que están en capública, es la superposición de los órdenes de arquitectura, destinando el estilo dórico, más robusto, al cuerpo inferior; el jónico, al segundo piso de la construcción; algunas veces, el tercer piso tenía columnas o pilastras de estilo corintio. Esto facilitará a los arquitectos romanos construir obras monumentales de carácter civil muy complejas y empleando las mismas formas simples que los griegos usaban para el edificio de un solo plano, como era el templo. Una clara muestra de esta superposición de órdenes puede verse en el teatro que mandó construir Marcelo en los últimos años de la República, del cual existen en Roma restos importantísimos. Pero el primer ejemplo de ello se ve ya en un edificio venerable, del tiempo de la República, el antiguo Tabulario o Archivo, que cierra el valle del Foro por el lado del Capitolio.
Esta construcción, que mandó edificar el cónsul Lutacio Catulo en el año 86 antes de Cristo, en rigor no es más que una doble muralla con estrechos corredores entre ambos muros, donde se guardaron los documentos oficiales en tiempo de la República. La fachada que da al Foro es no sólo de gran solidez, sino monumental; tiene una decoración de columnas dóricas empotradas, a modo de pilastras decorativas, que aparentan sostener los arcos de
un gran pórtico.De dimensiones humildes, si se la compara con las altas columnas conmemorativas que después, durante el Imperio, serán erigidas, es Ja que conmemora la victoria naval obtenida en el año 260 antes de la Era por el cónsul Duilio, y que hoy se conserva en el Capitolio. Es una columna rostral, es decir, decorada ingenuamente con la figuración de seis rostros, o agudas proas de nave, y con relieves de áncoras.
La basílica, lugar público de reunión y contratación, con un tribunal que resolvía las cuestiones entre los contratantes, fue otro edificio típico de la vida romana. Aunque el origen de la basílica debe buscarse también en la Grecia asiática, en Roma la basílica se convirtió en una sala de tres naves; la mayor, que es la central, forma. un salón, con un pórtico a cada lado. La primera basílica de Roma fue construida por el censor Fulvio Emilio el año 179 antes de Cristo, y por haber quedado bajo el patronato de esta familia, que se esmeró en restaurarla durante siglos, conservó el nombre de basílica Emilia. Estaba a un lado del Foro y constaba de cinco naves. Las excavaciones han descubierto la planta, y se ve que sus pórticos carecían de muros exteriores, pues los pilares arrancan aislados del pavimento. En otras basílicas posteriores, las naves quedan cerradas por un muro con ventanas, como en Las basílicas cristianas. De manera que si el tipo de edificio que llamamos basílica no se inició en Roma, allí encontró su forma práctica y definitiva, podríamos decir europea.