Después de haber hablado de la arquitectura de la Roma primitiva republicana, recalcando su derivación de la de los etruscos y la de los griegos de la Italia Meridional, vamos a tratar brevemente de las otras artes.
En escultura, los etruscos ejercieron, bajo la República, un papel preponderante. Eran habilísimos fundidores, y, aunque los modelos fueron muchas veces griegos, su intervención fue ya etrusca, latina y roma- na. La famosa Loba en bronce del Capitolio, que se ha considerado siempre como el paladión de Roma, debió de ser encargada por los romanos a los fundidores etruscos en días muy remotos, cuando todavía eran en arte clientes de sus vecinos. Ya en el último capítulo del tomo anterior se habló de esta obra y también de la admirable estatua del llamado «Orador», en el Museo de Florencia, encontrada en el lago Trasimeno. Mucho más moderna, y quizá obra completamente romana, es el busto broncíneo que allí mencionamos y que identificaron con el de Bruto los primeros estudiosos del Renacimiento, por creer que era el retrato del gran tribuno que expulsó de Roma a los descendientes de los reyes etruscos.
En realidad, es posible fijar dos series de retratos de bronce que datan de la época de la República. En la primera figuran obras que, como el pseudo-Bruto, son etruscas, si no por su inspiración, por su factura; en la segunda serie esta nota etrusca es ya muy menguada, y va afirmándose lo típicamente romano, aunque quede todavía la técnica etrusca de los fundidores. Estos continuaron manteniendo en Roma una colonia importante, que perduró hasta la época de Augusto. Tenían su barrio propio en la urbe: el vicus Tuscus (o «barrio toscano»), situado al pie del Capitolio. Claro está que estos talleres etruscos establecidos en Roma no podían tardar mucho en romanizarse.
Es casi seguro que estos retratos de personajes anónimos o mal identificados sean de los grandes hombres de la última época de la República. En la Roma primitiva parece que hubo una ley-el ius imaginum que prohibía los retratos de personas que no hubieran ejercido cargos importantes en la administración. Estos cargos eran sólo tres: los de las magistraturas que tenían derecho a la silla curul, o sea los de cónsul, tribuno y pretor. Obsérvese la diferencia de restricciones para los retratos entre los griegos primitivos y los romanos. En la Grecia de los primeros siglos después de la invasión de los dorios, sólo tenían derecho a la estatua los personajes heroización, ya por haber ganado la carrera de los cien metros en Olimpia, ya por señal manifiesta de Zeus de haber concedido a un mortal la categoría de héroe con muerte instantánea por rayo. En Ro- ma, el derecho a la efigie se obtenía por servir al Estado, y viceversa, la traición revocaba el privilegio. Así, las estatuas de Mario fueron destruidas por Sila, quien creyó que su predecesor había usurpado poderes, pero fueron después repuestas por César, que era pariente de Mario. Las estatuas de César fueron derribadas por los republicanos y repuestas por Augusto. Más tarde las de Domiciano fueron decapitadas por Nerva, e igualmente las de Geta por su hermano Caracalla.
El ius imaginum debió de ser mantenido con todo su vigor sólo en los primeros siglos de la República, más por las mismas razones que no se mantuvo estrictamente en Grecia, también en Roma se violó desde muy antiguo. La base ideológica de Las prohibiciones, tanto en Grecia cuanto en Roma, es naturalmente la creencia del maleficio que puede producir un retrato si no es de un personaje de reconocida superioridad moral. Este en cia era el atleta heroico; en Roma, el incorruptible magistrado. El detalle de que el oficio fuera de alta categoría, esto es, con derecho a silla curul, resabio del trono real, significaba que el personaje retratado no tenía limitaciones en sus prerrogativas; durante el tiempo que servía era un numen, algo más que un simple mortal, y, por tanto, no debía prohibirse ser retratado.Los cargos de cónsul, tribuno y pretor duraban sólo un año; por consiguiente, fueron numerosos los que después del servicio tuvieron derecho a ordenar su re- trato. Cicerón se alegra de haber sido elegido para un cargo de silla curul, porque así podrá él también, aunque de origen humilde, verse inmortalizado en efigie, como los antiguos patricios que le precedieron en aquel empleo. Los primeros retratos de funcionarios romanos que consiguieron el derecho a la imagen eran sólo bustos y estaban ejecutados en cera. Se guardaban en un armario especial, como un sagrario, llamado tablinum, abierto en una de las paredes del atrio central de la casa romana. Las imágenes en cera de los antepasados ilustres se llevaban con pompa por los individuos actuales de las grandes familias romanas, sobre todo en los funerales. Y como, con el tiempo, se bajaron y ensuciaron, debieron sustituirse por copias en bronce o en mármol. Tenemos varios relieves de piedra y mármol de la época imperial que representan el hueco de la pared del armario, el tablinum, con los bustos de cera en fila o serie cronológica, uno al lado del otro. Las ceras eran de color, y los cabellos, de pelo natural, todo lo cual contribuiría sobre manera al desaliño de los bustos ancestrales.
Pero tanto las restricciones del ius imaginum como sus transgresiones furtivas no eran para estimular con libertad e independencia la evolución de la escultura romana. Se mantuvo hosca y bárbara casi durante toda la época republicana. Sólo en el siglo 11 antes de Jesucristo los patricios romanos que habían viajado por Grecia y Oriente empezaron a importar esta- tuas para sus colecciones particulares, y los trofeos arrancados por los cónsules en Siracusa, Corinto y otras ciudades a las que los romanos impusieron el castigo de desnudarlas de obras de arte empezaron a poblar la Urbe de imágenes maravillosas, ante las cuales hacían triste papel las cerámicas y bronces de los etruscos y las ceras En Nápoles se formó una escuela local de escultura, que reproducía modelos antiguos, muy estimados por los coleccionistas del tiempo de la República; y hasta algunos talleres se arriesgaban a producir tipos y composiciones originales, no desprovistos de interés. Una de las particularidades más curiosas de esta escuela de escultura es la imitación de obras arcaicas en esta época; tenemos una infinidad de estatuas y relieves en que se ha tratado de imitar la manera ingenua de disponer los pliegues rígidos y las orlas en zigzag, la actitud y el gesto sin vida de las primitivas obras del arte griego. En algunas resulta algo difícil distinguir si son verdaderamente copias de esculturas originales de los maestros del siglo VI, cuando todavía el arte griego no estaba bien seguro de su técnica, o si son pasticcios compuestos hábilmente por los escultores de la escuela helenística de Nápoles. En una de estas estatuas, la llamada la Diana de Pompeya», se ha querido imitar el modo infantil e ingenuo de indicar el movimiento en los días penosos del arcaísmo. La fisonomía de la estatua muestra también la sonrisa estereotipada, los ojos largos y los rizos simétricos de los cabellos con que el artista ha querido infundirnos la clara impresión de una estatua griega jónica del siglo VI.
Una de las características de la escuela helenística de Nápoles sería la de una singular erudición y gran conocimiento de los tipos anteriores. Acaso el fundador de esta escuela fuese un griego llamado Pasiteles, artista de gran versatilidad, del cual no se ha conservado ninguna obra. Era, además de escultor, erudito tratadista y escribió un libro en cinco volúmenes, actualmente perdido, sobre el arte griego, que es la fuente principal de la que se vale Plinio para sus estudios de estética. Pasiteles, que debió de ser un genio extraordinariamente ecléctico, explicaba que para sus esculturas hacía modelos de barro y luego reproducía en mármol sus discípulos. Uno de éstos sería Estéfanos, quien firma una estatua de la villa Albani llamándose a sí mismo discípulo de Pasiteles. Discípulo de Esté fanos fue a su vez Menelao, el autor del grupo académico del Museo de las Termas. Es una elegante composición de dos figuras dispuestas con arte y pulcramente ejecutadas, pero frías como lo son siempre las obras de las escuelas excesivamente eruditas, inspiradas en una admiración retrospectiva por formas ya superadas. De la misma escuela es el grupo del Museo del Prado llamado de San Ildefonso», porque estuvo en La Granja mucho tiempo. De sus dos estatuas, una es del tipo del Doríforo de Policleto y otra repite el Fauno de Praxíteles.
En pintura, los escritores antiguos citan un solo nombre de pintor romano de la época republicana: el noble Fabio Píctor, cuyos frescos describen escenas militares, de valor a la vez descriptivo y conmemorativo. Hacia esta época se empieza a producir la característica cerámica romana, de una tierra fina, lustrosa y rojiza, sobre la cual se aplican relieves de la misma pasta con palmetas y figuras. Esta cerámica, que se reproducía por todo el mundo romano, tomó el nombre de aretina porque las más famosas fábricas se encontraban en Arezzo.