Además de los relieves descriptivos, este período de guerras continuas y de recta administración despertó el gusto por las decoraciones con escenas militares y civiles. Así es, por ejemplo, el relieve naval de la colección Medinaceli. El friso del templo de Vespasiano, en Roma, está lleno de objetos litúrgicos: páteras, hachas para el sacrificio, jarros y cascos militares, alternados con bucráneos. En un templo de Tarragona vemos un nuevo ejemplo del propio estilo: las guirnaldas de roble tienen ya un alto relieve y un naturalismo que no se encontraba en las guirnaldas de laurel del Ara Pacis.
A Trajano sucedió otro gran emperador también español, Adriano, quien sintió extraordinaria afición por la arquitectura. Consta que él mismo extendía los planos e intervenía en la construcción de sus principales edificios. Un relieve nos lo representa en el acto de la dedicación de su templo de Venus y Roma, del cual se conservan aún restos colosales. Era un templo doble; en cada fachada (que tenía la forma de un templo de cástulo, con diez columnas) se abría una cella con un ábside, donde estaban las estatuas de Venus y Roma. La particularidad de las dos cellas era que estaban cubiertas con bóvedas de cañón con casetones; en los ábsides se ven todavía estos casetones con los estucos de la decoración. El edificio no debió de carecer de grandiosidad; pero se cuenta que al recibir Apolodoro, el arquitecto del Foro de Trajano, los planos y la carta en que Adriano le pedía su opinión sobre el nuevo templo proyectado, hizo discretamente algunas observaciones no muy favorables para la obra de su imperial discípulo. Por iniciativa también de Adriano, las provincias orientales y Egipto se cubrieron de espléndidos monumentos. Dotado este emperador de un espíritu que podríamos llamar moderno, tenía gran afición a los viajes y con refinado eclecticismo se complacía en admirar los monumentos de las lejanas provincias, que después trataba de imitar en Roma. Como testimonio de su afición por Grecia, queda aún en Atenas una puerta triunfal llamada el arco de Adriano, que tenía que servir de ingreso a la nueva ciudad que el magnánimo emperador pensaba erigir al lado de la vieja Atenas, ya en absoluta decadencia a la sazón.En la famosa villa construida por Adria- no en las afueras de Roma se advierte su predilección por lo exótico, hasta emplear a veces los estilos egipcios y orientales. Las ruinas de la villa Adriana son todavía hoy gigantescas construcciones medio destruidas; las bóvedas, descarnadas de sus estudios, cubren aún espacios vastísimos. Con- tenía un teatro, grandes bibliotecas, baños, hospederías, templos de cultos latinos y orientales, y debió de estar llena de estatuas y tesoros artísticos de todo género. Los campos de ruinas de la villa Adriana han procurado una parte importantísima de las esculturas de los museos de Roma y del extranjero; durante el Renacimiento fueron inagotable cantera de mármoles preciosos. El emperador, que disfrutaba de la paz que habían procurado las campañas de Trajano, su padre adoptivo, debió de reunir en este palacio los originales, o por lo menos copias muy fieles, de muchas obras maestras de la antigüedad. En perfecto estado de conservación, por haberse habilitado para iglesia, ha llegado hasta nosotros el famoso Panteón de Roma, reedificado en tiempo de Adriano. Está junto a las antiguas termas de Agripa, de las cuales emergen todavía restos del suelo en las excavaciones de la parte posterior. El pórtico del Panteón, con sus robustas columnas de pórfido, debió de ser el mismo de las termas de Agripa; por esto Adriano respetó el nombre del gran ministro de Augusto en el friso de la fachada. Pero el interior de la sala circular y la gran cúpula, de 42 metros de diámetro, parecen ser obra de la época de Adriano. La media naranja de la bóveda tiene una abertura redonda en su parte alta, por donde penetra la luz; está construida con nervios y arcos de ladrillo, rellenados de hormigón. Fue el modelo del que aprendieron los arquitectos del Renacimiento; de ella tomó sus proyectos Brunelleschi, el autor de la primera cúpula moderna, la del duomo de Florencia, y se conservan los dibujos de Rafael, deliciosos croquis que el gran pintor y arquitecto hubo de tomar del edificio romano. El Panteón tiene todavía su pavimento antiguo de mármoles, pero se han desprendido los estucos que decoraban los casetones de la bóveda, y además al transformarlo en iglesia se modificaron los nichos laterales, que se convirtieron en altares. Conserva aún su puerta antigua de bronce, que debía de ser dorada, y eran policromados los relieves del pórtico.
Interiormente se han mantenido en el Panteón las líneas de la arquitectura griega, combinadas con las bóvedas características de la construcción romana. La misma mezcla se puede ver en los grandes edificios religiosos de la época siguiente: en el templo de Antonino y Faustina, en el Foro romano, en el templo del Sol, en el Quirinal y en el grandioso templo de Neptuno en Roma, donde está instalada actualmente la Bolsa de Roma. Las altísimas columnas del templo de Neptuno descansan sobre un basamento o podium, con trofeos militares que alternan con figuras femeninas, representaciones de las diversas provincias del Imperio. Los tipos de las provincias son otra de las creaciones más originales del arte romano, aunque algunas de estas figuras reproducen motivos de los donde estaba el crematorio. El genio, recostado en el suelo como todas las figuras de genios de lugares, se apoya en el obelisco egipcio que estaba entonces en aquel sitio. En el relieve de la ascensión de Sabina, que decoraba un arco de Adriano, el emperador, con alma ya capaz de distinguir el misterio, ve a la emperatriz, su esposa, elevarse de las llamas llevada por el genio de la luz, mientras que Antonino, su hijo adoptivo, no percibe el gran suceso. El genio del Campo Marzio, en cambio, muestra sorprenderse de lo que está aconteciendo.