
La mayor parte de las pinturas de Pompeya y de Herculano han sido transportadas al museo de Nápoles. Sólo son decoraciones de aposento, casi siempre sin perspectiva, una o dos figuras sobre un fondo obscuro, a veces animales, pequeños paisajes, trozos de arquitectura: muy poco color; los tonos están indicados más o menos, o más bien amortiguados, borrosos, no solamente por el tiempo (he visto pinturas frescas), sino a propósito. Nada debía atraer.la mirada en esos aposentos un poco obscuros; lo que agradaba era una forma corporal o una actitud; ello mantenía el espíritu en las imágenes poéticas y sanas de la vida activa y física. Estas me han causado más placer que las pinturas más célebres, las del Renacimiento, por ejemplo. Son más naturales y vivientes.
Poco o nada interesa; el motivo es comúnmente un hombre o una mujer más o menos desnudos levantando el brazo o la pierna,Marte o Venus, Diana yendo a ver a Endimión, Briseis llevada por Agamenón, y otros semejantes, danzantes, faunos, centauros, un guerrero raptando a una mujer; iy ella a sus anchas, llevada así! Eso basta, porque uno los siente bellos y felices. No se comprende, antes de haberlos visto, cuántas actitudes encantadoras puede ofrecer una mujer semivestida que vuela por el aire, cuántos modos hay de levantar el velo, de hacer flotar la túnica, de avanzar el muslo y dejar ver el pecho. Ellos tuvieron esta fortuna única, que les faltó a todos, aun a los pintores del Renacimiento, la de vivir entre costumbres apropiadas, la de ver a cada instante cuerpos desnudos y velados, en el baño, en el anfiteatro, y además cultivar los dones corporales, la fuerza y la ligereza de los pies. Hablaban de un hermoso pecho, de un cuello bien asentado, de un brazo lleno, como hablamos hoy de una faz expresiva o de un pantalón bien cortado.
Dos estatuitas de bronce en medio de todas esas pinturas son obras maestras. Una que llaman Narciso, es un joven pastor desnudo que lleva una piel de cabra sobre el hombro; se diría un Alcibíades, tan irónicas y aristocráticas son la cabeza inclinada y la sonrisa;calza unas cnémidas, y el pecho hermoso; ni flaco ni demasiado grueso, ondula liso hasta las caderas. Tales son los jóvenes de Platón,