Como ocurre siempre en los períodos de las mal llamadas decadencias, lo que declina o se retrasa viene compensado por lo que se prospera en otras direcciones. La belleza es siempre absoluta, no permite cantidad, no hay disminución ni aumento de ella al evolucionar los estilos. El arte romano del apogeo político imperial, que puede considerarse abarca la época de los emperadores Trajano y Adriano, Antonino y Marco Aurelio y casi comprende un siglo, carece de la simplicidad de La estética griega, pero en cambio ha progresado en el sentido de la capacidad de representación, consiguiendo no sólo efectos plásticos de movimiento en el plano del cuadro, sino también en términos lejanos con perspectiva y ambiente. Es un efecto pictórico para la escultura; a su vez, la pintura consigue efectos atmosféricos.
Esta desviación de la materia estética hacia lo inmaterial puede también atribuirse a la tendencia filosófica predominante en Roma en el siglo 11. El epicureísmo científico de la época de los Julios ha sido substituido por el estoicismo moralizador de los Antoninos. No interesa conocer cómo son las cosas del mundo sensible, sino saber cómo debemos conducirnos para vivir entre ellas. La conducta priva sobre el conocimiento. El efecto práctico, que en arte quiere decir plástico, tiene más importancia que la realidad. Por esto no se insiste en la silueta, en el contorno de la imagen, sino en el efecto que producirán luz y sombra.El predominio de la mentalidad estoica se puede reconocer también en los asuntos. En la decoración, en lugar de tridentes, conchas marinas y delfines aludiendo al agua, encontramos grifos refiriéndose al fuego, elemento activador según los estoicos. El acanto ha perdido importancia en beneficio de la viña. En los frisos del templo de Antonino y Faustina, dedicado por Marco Aurelio, los grifos alternan con candelabros para la antorcha divina. Los angelotes de un relieve del Foro Trajano vierten algo que parece fuego líquido. En otros lugares encontramos la cuchilla del sacrificador y la pátera para la sangre, porque ésta es la prueba de la presencia del elemento divino en todos los lugares donde la vida está en su plenitud.
En las obras literarias son perceptibles tendencias semejantes, bien características de la época de que estamos tratando. A las epopeyas del período histórico anterior (que atienden no sólo a la exposición de temas grandiosos, sino a la perfección formal), como los poemas debidos a Virgilio y el compuesto por Lucano, han sucedido principalmente, en ese período, colecciones de breves poesías epigramáticas, cuya intención no es siempre meramente anecdótica o satírica; ello se comprueba en los epigramas escritos en Roma (y para la alta sociedad romana) por un hispano natural de Bilbilis, o sea Calatayud, Marcial, que escribía todavía en los lúgubres años de la tiranía de Domiciano, pero cuyos amigos eran principalmente personajes representativos de la época inmediatamente posterior. En el género epistolar, bajo el clásico ropaje de un estilo rebuscadamente ciceroniano, Plinio el Joven representa de un modo muy patente la difusión alcanzada por las ideas propias del estoicismo entre los aristócratas romanos, que, tras Nerón y Domiciano, creyeron ver encarnadas aquellas doctrinas, para su feliz aplicación al bien público, en la persona del emperador Trajano; en tanto que al esfuerzo literario, planeado con altas miras estatales, de la Historia de Ro- ma de Tito Livio, corresponden ahora obras asimismo tendenciosas por su ideología y su finalidad política, tales como los Anales de Tácito, o las Vidas de los Césares anteriores a Trajano que escribió, muy intencionadamente por cierto, Suetonio.
Arte y literatura han de servir, además, a partir de esta época, para una inmensa multitud de gentes de muy varias razas, que se han acogido dentro de las fronteras del Imperio. Esas gentes no sólo reciben el influjo de la civilización romana, unitaria, sino que insuflan casi siempre a esta civilización algo de sus peculiaridades raciales, como sucede con el africano Apuleyo, el autor del Asno de Oro, en cuya mentalidad participan (con un pesimismo muy de su época) el platonismo, el culto isiaco y los Misterios.
Así como al hablar del arte arquitectónico de la época augústea mencionábamos los nombres de arquitectos y decoradores griegos, tales como Sauros y Batracos, al referirnos ahora a aquel arte durante la época de unos emperadores que fueron filó. sofos o se apoyaron en un sector de la sociedad que estaba muy imbuido de filosofía, hemos podido mencionar, tan sólo, un nombre, el de Apolodoro de Damasco, que era un oriental, un sirio.
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