En cuanto al colorido, estaba destinado según él a poner de manifiesto el sentimiento. En esto había establecido una es- cala muy precisa de valores patéticos: el amarillo era el color del optimismo, del amor, mientras que con el rojo y el verde, trató, según sus propias palabras, de ex- presar las terribles pasiones humanas. Cabe, pues, considerar su arte como uno de los puntos de partida de la moderna tendencia expresionista, porque contiene una decidida voluntad de hacer inteligibles estados de ánimo.
Más el auténtico expresionismo pictórico (al que después tendremos que referirnos de nuevo) había ya aparecido entonces, aunque su difusión fue un fenómeno bastante posterior.
Uno de los iniciadores de este arte expre- sionista a fines del siglo XIX fue el pintor flamenco James Ensor, artista de exuberan te temperamento que en el año 1888 había expuesto su gran lienzo Entrée du Grist à Bruxelles, en que lo irónico y lo patético se mezclan en burlesca promiscuidad. Ensor pintaba ya entonces sus mascaradas de colorido rico y optimista, aunque debajo de las caretas carnavalescas se adivinan dejos de melancólica decepción. Este pintor representó, pues, una faceta de aquella naciente tendencia, cuya más sombría manifestación correspondió durante aquel pe. ríodo (desde 1892), dentro de la pintura nórdica, a las obras del noruego Edvard Munch. Los grabados y litografías de este artista de temperamento enfermizo (que recogen aspectos del arte simbolista por entonces preconizado por Gauguin) y sus lienzos de neurótica inspiración, pintados con cálido color y técnica ingenuamente desligada, dan la medida de la tendencia expresionista durante el «fin de siglo».
En todas partes donde se sintiese, empero, el arte pictórico como algo vivo y operante, reinaba entonces una evidente desorientación. El simbolismo era lo que tenían principalmente en cuenta los jóvenes pintores, mientras la clientela burguesa se empezaba a interesar por los ya maduros maestros impresionistas. Pero, además, las ilustraciones parisienses de Toulouse-Lautrec, Steinlein y Forain (que incluían casi siem pre una fuerte dosis de crítica social) ejercían sobre la juventud una influencia muy considerable, paralela a la que, desde el año 1896 irradiará (quizá con otro sentido de la mordacidad) de las páginas de la revista de Munich Jugend, con trascendencia a un estilo «modernista» que recibió el nombre de Jugendstil, y que en Viena repercutió en las pinturas, opulentas en su decadentismo, del austríaco Klimt.
En el París de entonces el grupo progresista que manifiesta mayor cohesión es el de los Nabis, que prosperó a la sombra de la Revue Blanche, editada por los hermanos Natanson, y en la cual colaboraban André Gide, Paul Valery y otros jóvenes talentos literarios.
El término hebreo nabi (que significa «vidente» o «profeta») podía con razón aplicarse al pintor Maurice Denis, que se reveló como inteligente teorizador. Fue un artista audaz, a pesar de no salirse jamás de un sentido puramente decorativista, y estas cualidades las aplicó después, con novedad, a las obras de tema religioso, cuando con Desvallières fundó los famosos Ateliers de arte sacro.