El Renacimiento se nota, más que nada, en las fachadas. Así es el maravilloso palacio de Monterrey, en Salamanca, que quedó sin concluir y que, de haber sido terminado con sus cuatro fachadas, como se había propuesto, hubiera sido acaso el palacio particular más grande del mundo. Fue construido para el conde de Monterrey, ex virrey de México. Enriquecen la fachada robustas torres que terminan con una crestería de platero. Los dos pisos inferiores de las alas del palacio tienen paramentos lisos y las ventanas carecen de decoración; toda la escultura se ha acumulado, con exquisito gusto, en la loggia del segundo piso y en la crestería del remate. Recibida la primera influencia de los decoradores lombardos, el plateresco español se la fue asimilando y convirtiendo en substancia propia. Continuó empleando las columnas de fustes complicados y los candelabros decorativos, escudos rodeados de guirnaldas, medallones y nichos; pero la decoración se acumula cada vez más en ciertas partes de las fachadas, y el genio austero castellano empieza a deleitarse en los grandes muros desnudos, sólo divididos por algunas fajas de molduras. Así vemos ya esta concentración decorativa en la fachada de la universidad de Alcalá, que forma contraste con aquella otra de Salamanca, toda llena de arabescos. La fachada de la universidad de Alcalá tiene un cuerpo central encuadrado por columnas, con la adición de figuras de gusto algo discutible, pero los relieves se introducen con la excusa de envolver una ventana del primer piso y el escudo de Carlos V, en el piso superior. A cada lado sólo aparece una ventana, y en lo alto corre el piso con la galería abierta, como en el palacio de Monterrey. Es obra de Rodrigo Gil de Hontañón, y fue empezada en 1543 para concluirse, en su forma actual, en 1553-Un ejemplo humilde del estilo castellano plateresco es la pequeña iglesia de Almorox, en la provincia de Toledo. La decoración está debajo de un arco que forma una especie de pórtico en la fachada; allí dentro, una bella puerta de estilo plateresco, con su remate arqueado que llena una pechina y sus relieves genuinamente españoles, constituye el mayor contraste que pueda darse con la sólida fachada de sillares escuadrados, sin ninguna decoración.
Más avanzado ya dentro de las formas clásicas, en todos sus detalles, es el bello edificio, todavía plateresco, de las Casas Consistoriales de Sevilla, cuyas obras, empezadas el año 1527, bajo la dirección de Diego de Riaño, duraban aún en el de 1564. Es el edificio más característico de España en esta segunda etapa del estilo plateresco, cuando ya no queda rastro de formas góticas en la decoración; pero en el interior tiene aún bóvedas ojivales, aunque invadidos los nervios, los aristones y los paños del techo por guirnaldas, escudos y amores, lo mismo que las fachadas del exterior y del patio. Si se compara este palacio de Sevilla, por ejemplo, con el Hospital de la Santa Cruz, en Toledo, se advertirá los progresos que ha hecho el plateresco, en el sentido de italianizarse, sólo en el transcurso de unos treinta años, Cierto es que en las Casas Consistoriales de Sevilla trabajarían decoradores italianos, pero el conjunto resulta muy español; aquel monumento habla aún de los grandes días de Sevilla, convertida por los conquistadores en la puerta de las Indias.
Toda la vida española iba a cambiar en poco tiempo debido a las guerras de Italia. y la conquista de América. En lugar de las residencias cerradas medievales, vemos alzarse universidades, colegios y palacios para la nobleza y los municipios, con grandes patios tan ricos de decoración como las mismas fachadas. Hasta los conventos tienen claustros así bordados de obra de platero, con antepechos que parecen labrados en metal y archivoltas con medallones, cresterías, jarrones, candelabros en relieve, amores, guirnaldas, etc.
Mientras los magnates se edificaban mansiones tan suntuosas como el palacio de los duques del Infantado, en Guadalajara; el de los Monterrey, en Salamanca, o el de los Mendoza, en Toledo, la monarquía no disponía en Castilla de una residencia real donde pudiera instalarse dignamente la corte. Los Reyes Católicos residieron casi siempre en castillos, como el de la Mota, cerca de Medina del Campo, o en aposentos, como el que tenían en el convento de San Juan de Avila y el contiguo al Hospital Real en Santiago, construido también por ellos. Es fácil que durante sus estancias en Granada habitaran en la propia Alhambra; por lo menos consta que destinaron algunas sumas a su conservación y restauración.
Carlos V no podía conformarse con esta falta de domicilio para la corona. Su primera iniciativa en este sentido es la construcción del palacio nuevo en los jardines. de la Alhambra, al lado del viejo alcázar musulmán. El arquitecto fue un español educado en Italia, llamado Pedro Machuca, que había aprendido en Roma de Bramante y de Rafael. La disposición quiere ser la característica de la escuela romana: tiene una planta cuadrada, con un patio central circular y dos pisos de columnas. Recuerda, pues, la disposición del patio semicircular de la villa del papa Julio II, en Roma, y la del palacio Farnesio, en Caprarola. El gran edificio de Carlos V, en la Alhambra, quedó sin terminar; la crujía superior no llegó a cubrirse. Pedro Machuca se olvidó, en Granada, de que estaba en España; ni un solo instante se impresionó con las maravillas que dejaron los árabes a pocos pasos de su nueva obra. Es un convertido; no piensa más que en Italia y en los modelos que ha visto en Roma. Al ocurrir su muerte, hacia la mitad del siglo, aún faltaba mucho para concluir el palacio imperial de la Alhambra; Luis Machuca, su hijo, prosiguió la obra con el plan de su padre, pero el colosal edificio estaba destinado a no ver nunca su terminación. El muro exterior es también regularísimo y monótono, con las ventanas todas iguales; pero hay un cuerpo de fachada, plano, con una gran puerta y ventanas, que no carece de dignidad.
El palacio de Carlos V, en la Alhambra, es el primer monumento de estilo italiano. del siglo XVI que se levantó en el centro de España. Tal es su novedad, tal su contraste con el castizo plateresco español, que se siente la necesidad de darle un nombre, y los tratadistas castellanos, que ven allí algo más clásico de lo que era común en la Península, lo bautizan con el nombre infelicisimo de estilo grecorromano, denominación tan desdichada como la de estilo latino- bizantino para designar el arte neo visigótico asturiano. El estilo del palacio de Carlos V, como tantas otras obras del grecorromano italiano, nada tiene de griego; a lo más, debería llamarse simplemente romano, pero romano del Renacimiento.
Casi al mismo tiempo que el palacio de la Alhambra, Carlos V V empezaba la reconstrucción del Alcázar de Toledo; éste vuelve a ser una obra nacional; el grecorromano no hizo fortuna, por más que el emperador tuviera siempre el pensamiento fijo en Italia.