Contemporáneamente a estos insignes maestros, desde los días de Giorgione hasta los fines del siglo pintaron en Venecia otros artistas excelentes que, por comparación con los que acabamos de comentar, aparecen a manera de astros de segunda magnitud,pero que, si consideramos despacio este fenómeno de la evolución de la pintura veneciana del quinientos, estuvieron dotados de grande y personal talento. Uno de ellos fue Lorenzo Lotto, quien, aunque se había formado en Venecia, hubo de trabajar principalmente en Roma. Nacido en el año 1480, conservó Lotto toda su vida un espíritu joven y sentimental. Seguramente a causa de ello parece haberse injertado en su alma algo de la finura estética de Giorgione. En Roma vio cómo la escuela de Rafael imponía sus fórmulas académicas; en las provincias del Adriático observó el raro fenómeno de belleza de los cuadros de Correggio…
Cuando, en 1529, Lotto regresó a Venecia, era demasiado viejo y tenía sobrada experiencia para dejarse seducir por cualquier otro artista. Así es que los triunfos de Tiziano, quien estaba entonces en el apogeo de su fama, no pudieron desviarle de su camino; mas a quien Lotto no pudo olvidar jamás es a Correggio, y así fue cómo, por él, entró en la escuela veneciana
algo del gran sentimentalismo y de la poética vibración cromática del maestro de Parma, y ello se revela plenamente, muchas veces, en sus magníficos retratos. Otro pintor también nacido en Bérgamo, como Lotto, pero más joven que él, fue él insuperable retratista Giambattista Moroni. Conocemos pocos detalles de su vida Se ha dicho que Moroni estudió en el taller de Tiziano, lo cual sólo se funda en la tradición, corrientemente admitida, de haber alabado el Tiziano los retratos de Moroni, diciendo que eran muy vivos o verdaderos: veri. Y, en efecto, Moroni nos ha dejado una serie de retratos que viven hoy todavía con vida bien propia. En la mayoría de los museos más importantes de Europa, el visitante versado en la contemplación de magistrales pinturas, después de fatigar la vista viendo cuadros, se encuentra de repente uno de estos hombres verdaderos, veri, de Moroni, que pasan por su realidad. En su vejez, Moroni fue tentado con encargos que se le hicieron para que se decidiese a realizar composiciones religiosas, y hasta se propuso pintar un Juicio Final, en el cual estaba trabajando cuando murió en 1578. Y no hay que decir que con estas pinturas intelectuales sólo consiguió Moro demostrar cómo pueden perjudicar a un artista los deseos de doblegarse o tratar de amoldarse a las exigencias del público. A fines del siglo XVI, Venecia, en el terreno del arte, parecía agotada por tanto esfuerzo, pero tenía que producir aún otra etapa de la pintura sumamente brillante la que en ella se desarrollaría durante el transcurso otro período fastuoso, en el siglo XVIII en pleno barroquismo. Giacomo da Ponte, llamado el Bassano (del lugar de su nacimiento), es quien cierra, en realidad, este ciclo de la pintura véneta del siglo XVI. Influido por Tintoretto y Lotto, es jefe de una subes cuela local cuyos más destacados componentes. fueron sus hijos Francesco y Leandro, cuyas características son el especial tratamiento de la luz y la sombra y la reiteración de sus temas bucólicos de pastores y bestias, presentados con decidido naturalismo.