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En los Estados Unidos, el Neoclasicismo encontró un terreno fértil, ya que los ideales de la República Romana resonaban con la visión de una sociedad democrática y moderna. Las primeras construcciones nacionales adoptaron formas clásicas como un símbolo de estabilidad y grandeza.
El Capitolio de Washington, diseñado entre 1804 y 1851 por Thomas Walter, es un ejemplo emblemático de este estilo. Su cúpula monumental, inspirada en la de San Pablo de Londres y el Panteón de París, refleja la ambición de los jóvenes Estados Unidos por proyectar poder y permanencia. Además, edificios gubernamentales y viviendas privadas adoptaron elementos clásicos como columnas, frontones y formas rectas.
El Neoclasicismo estadounidense no solo representó un ideal estético, sino también político, al conectar la nueva nación con los valores de las antiguas repúblicas griega y romana.