Otro de los palacios romanos característicos de la época es el de la familia Mássimo, construido por otro discípulo de Miguel Ángel: Baltasar Peruzzi. Tiene una fachada austera, de molduras rígidamente simplificadas, con dos pisos de ventanas altas, rectangulares, que acaban de dar a todo el edificio un carácter de severidad ideal. En la planta baja hay un pórtico abierto que ocupa el centro de la fachada, lugar semipúblico que el gran señor, propietario del edificio, concede a la plebe; en los bancos de piedra del pórtico del palacio Mássimo todavía duermen de noche tranquilamente los mendigos de Roma. Dos estatuas clásicas, alojadas en dos nichos en los extremos de este pórtico, parecen recordar a los que allí acuden la dignidad de la casa y de los señores que con tanta nobleza supieron construir. Dentro, la forma irregular del solar está admirablemente disimulada con dos patios: uno cuadrado, con pórticos, otro trapecial en el fondo, que se ve a través de las columnas del primero. Los trazados ingeniosos para disponer las diferentes partes de la construcción, con objeto de sacar del espacio un efecto grandioso, son la constante preocupación de estos artistas romanos del siglo XVI.
Lo mismo se puede observar en las plazas y las calles, donde se aprovechan de la superficie accidentada del suelo de Roma y hasta de la misma acumulación de edificios en el poco espacio habitado de la capital. Es una época de reformas edilicias. Los Papas se complacen en asociar su nombre a las grandes vías que se construyen durante cada pontificado: la vía Julia, que sigue el Tíber, del tiempo de Julio II; la vía Sixtina, que comunica el Esquilino y el Quirinal, del tiempo de Sixto IV; las vías Pía y Alejandrina, etc. Las plazas se urbanizan con escalinatas y terrazas, con el sentido de lo grandioso que sugiere siempre Roma. El ejemplo más típico es el palacio municipal de Roma, en el Capitolio, restaurado por Miguel Ángel con ocasión de la visita del emperador Carlos V. El palacio del fondo está flanqueado por dos edificios paralelos, con pórticos que decoran los dos lados de las plazas. En el centro se colocó la estatua del emperador Marco Aurelio, que había estado toda la Edad Media delante de San Juan de Letrán, y el desnivel de la colina se ganó con una rampa, disponiendo a cada lado antepechos con trofeos militares roma- nos y grandes estatuas antiguas de Cástor y Pólux.
La arquitectura romana del siglo xvi produjo obras más interesantes todavía en las villas de recreo de los pontífices o de los poderosos cardenales, que se complacían en obsequiarse mutuamente en sus casas de campo, llenas de las más preciosas obras de arte de la antigüedad clásica y del Re- nacimiento. A veces las grandes familias romanas, que durante dos o tres generaciones habían gozado de las rentas de la Curia, no satisfechas con poseer sus villas en las afueras, construían otras residencias menores en el interior de la ciudad, donde la vida era menos ceremoniosa. Así, por ejemplo, los Farnesios, además del gran edificio monumental de que hemos hablado, tenían a unos centenares de metros de aquel colosal palacio un palacete, llamado la Pequeña Farnesina, destinado a un individuo de la familia, y aun adquirieron de los Chigi, de Siena, su famosa villa en el Trastevere, decorada por Rafael, que tomó el nombre de la Farnesina.
Lo mismo ocurre con los Médicis. Tenían su palacio en la vía Julia, un edificio comenzado en tiempo de Cosme, el fundador de la casa; pero, además, sus sucesores construyeron una villa en Monte Pincio, donde está actualmente instalada la Academia de Francia. Por fuera tiene una fachada simple, a la que caracteriza, sin embargo, el tono ocre con que ha sido pintada, entonando admirablemente con el verde oscuro de los pinos y cipreses de los jardines romanos. También delante se ha dispuesto una terraza, para que la plebe participará de la vista espléndida que desde allí se goza; una fuente deja caer un chorro grande en una taza antigua, debajo de unas encinas recortadas civilmente. Por detrás la villa tiene otra fachada más alegre, más campestre, y en el jardín reaparecen los viales de boj recortado, de Florencia, con los cuales quieren recordar los Médicis, en Roma, sus villas de Toscana.
La más deliciosa acaso de todas las villas romanas, en la vertiente del monte Mario, dominando toda Roma y gran parte del Lacio, quedó sin concluir. Hoy lleva el nombre de Villa Madama, de una persona real que la poseyó más tarde. La parte anterior del edificio está hoy muy maltratada. No es posible aventurar nada sobre su disposición y forma, pero en la fachada de Levante, que daba sobre una terraza del jardín, queda testimonio de la elegancia de los decoradores romanos de la escuela de Rafael; la loggia o pórtico está revestida de estucos pintados de incomparable finura.