Otra villa característica del siglo XVI es la del papa Julio II, que se levantaba en la vía Flaminia, transformada hoy en Museo Etrusco y que lleva aún el nombre de Villa Giulia. La planta de este edificio, proyectado por Vignola, no puede ser más graciosa. En la parte posterior, el cuerpo principal termina en un patio semicircular con un pórtico abierto en el piso bajo, de manera que esta forma semicircular tiene que armonizarse con la crujía anterior, que es recta; los espacios irregulares que quedan se han destinado a escaleras. Pero detrás continúa todavía una serie de construcciones bajas cerrando un largo jardín, que protegen con su sombra unos muros bajos. Por fin, hay todavía una última construcción bajo el nivel del suelo, sin duda para librarse del calor, con un baño subterráneo en una gruta sostenida por
cariátides. La abundancia de fragmentos arquitectónicos antiguos, de fustes de columnas y aun de sillares de piedra, que tan fáciles eran de encontrar entre las antiguas ruinas romanas, excitó a los arquitectos del Renacimiento a levantar estas construcciones decorativas en los jardines: pabellones, logias y muros de cerca con balaustradas. Además, Roma era, y es todavía, una ciudad muy rica en aguas; sus antiguos acueductos continúan llevando a la ciudad verdaderos ríos. Así se comprende que los arquitectos de estas villas papales y cardenalicias se aprovecharán de esta abundancia para embellecerlas con estanques, baños y cascadas.
La más notable en este sentido es la villa construida por el cardenal Hipólito d’ Este en 1548 en las cercanías de Roma, en Tívoli, donde el agua corre por todos lados en millares de fuentes y cascadas, o en surtidores dispuestos en el centro de las plazoletas que forman los altos cipreses, o en aljibes inmensos en los que se reflejan con arte rústicos elementos arquitectónicos y pequeñas construcciones fantásticas propias de jardines.
La escuela romana extendió su influencia por toda Italia; pero, cosa singular, más en Venecia y Lombardía que en las regiones vecinas. En el Lacio todavía existe el edificio más típico de residencia señorial de esta época: el palacio de los Farnese en Caprarola, obra de Vignola. Este gran edificio tiene una planta pentagonal, y en el centro hay un patio circular con dos pisos. Este palacio viene a ser, en la arquitectura del siglo XVI, lo que era el palacio de Urbino en el cuatrocientos. La forma de bastiones militares que toman los pabellones de los ángulos del pentágono es también muy característica; estamos en un siglo de grandes transformaciones del arte militar, y esto produjo una moda.
Antonio da Sangallo, por encargo del belicoso papa Julio II, construyó varios castillos en el Lacio con muros inclinados de formas curvas, en los cuales, a pesar de su aspecto artístico, se han tenido muy en cuenta los principios de la defensa empleando armas de fuego.
En Toscana fue, naturalmente, Miguel Ángel el maestro indiscutible. El representante de su escuela en Florencia fue Vasari, quien se ocupó, al lado de los Médicis, en el desarrollo de sus proyectos. Los Papas florentinos se aprovecharon también de tener cerca de ellos, en Roma, a Miguel Ángel para hacerle trabajar en beneficio de su patria. León X le asedió para que se ocupase en la fachada de la iglesia de San Lorenzo, de Florencia, que Brunelleschi había dejado sin concluir. Otro Papa de esta familia se empeñó en que el viejo escultor construyera también para Florencia la escalera de la Biblioteca Laurenciana, y Miguel Ángel, en este caso, envió sus dibujos, que Vasari se encargó de ejecutar. Es una construcción extraña, con una arquitectura de pilastras y cornisas empotradas en el muro, como excavadas, que seguramente imitó Miguel Ángel de un edificio funerario de Roma llamado vulgarmente el templo del Dio-retículo.
Vasari dirigió el gran edificio de los Uffizi, en Florencia, que servía para alojar las oficinas de Administración. En el piso superior, hoy Museo, ya tenían los Médicis sus colecciones. Habían hecho a través de todo un barrio de la ciudad una larga galería, que también atravesaba el río, para ir desde el Palacio Pitti, que les servía de habitación, a este piso de los Uffizi donde tenían sus cuadros y estatuas. Un gran señor de aquella época no podía carecer de este servicio indispensable del museo reunido a su residencia. El edificio de los Uffizi tiene dos alas que forman largas crujías y una transversal menor por el lado del río. El espacio que dejan dentro es como un patio rectangular abierto, que da a la plaza de la Señoría, con la perspectiva maravillosa de la torre del viejo palacio. Así, desde el muelle del río se ve, a través del pórtico y del patio que queda entre las alas, el ángulo del palacio de la Señoría, con sus paredes de piedra basta.