La afición de los emperadores, tan generalizada más tarde, por los arcos triunfales conmemorativos se inicia en los tiempos de Augusto y sus inmediatos sucesores. Tan adecuado era este tipo de monumento al genio fastuoso y civil de Roma, que se hubo de suponer que había sido creación original de los arquitectos imperiales. Cierto es que, como tipo de monumento, los arcos triunfales romanos son también de derivación helenística: en los países de la Grecia asiática eran frecuentes las soberbias puertas que decoraban la entrada de sus ciudades, del mismo tipo del arco triunfal romano. Pero si en la arquitectura imperial muchas veces los arcos aparecen todavía en la entrada de las ciudades o de un recinto religioso o de un Foro, como los que aún hoy limitan a cada extremo la llamada vía Triunfal del Foro romano (uno el arco de Tito y otro el de Septimio Severo), también aparecen aislados, en el preciso lugar donde se quería conmemorar un hecho histórico o como límite de división de provincias, y de este modo la puerta se convierte en monumento conmemorativo. Las escenas de los relieves cuidan, en lo posible, de puntualizar la significación del suceso histórico o el hombre ilustre a cuya memoria se había levantado el arco. Su empleo en este sentido empieza ya en la época de Augusto, porque tenemos noticia de un arco triunfal suyo, levantado en el campo de Marte, que ha desaparecido, y también de otro de Tiberio. Igualmente parece ser de la época de Tiberio el gran arco triunfal de Orange, en Provenza, decorado con relieves alusivos a las guerras con los galos. El magno monumento, con sus tres arcos, descuella aún imponente en medio de la carretera, a la salida de la pequeña ciudad provenzal que guarda todavía otros restos romanos. Un tipo de monumento que fue después indispensable en todas las ciudades de alguna importancia del Imperio fue el Circo, o hipódromo para las carreras. Su origen es también griego -casi no es necesario mencionar los estadios de Delfos y Olimpia, donde se reunían los griegos periódicamente. Pero es muy posible que los romanos copiaron de los etruscos el tipo de anfiteatro y los juegos que allí realizaban, y que los etruscos, a su vez, lo hubieran importado de su lugar de origen: Asia Menor. De todos modos, los ejercicios gladiatorios y las carreras se practicaban en Roma mucho antes de que se aceptaran sin reserva las maneras helenísticas. El primer circo de Roma estaba en el valle que queda entre el Aventino y el Palatino: era fácil establecer graderías en las pendientes de ambas colinas, y se cree la pista profunda del estadio sin necesidad de excavar ni construir. En la época imperial se enriqueció con las tribunas o palcos del lado Palatino.
En tiempos de los emperadores de la familia de Augusto. Roma se enriqueció con varias construcciones grandiosas de carácter público, las cuales tenían que empezar ya a darle su aspecto definitivo de metrópoli imperial. Agripa edificó sus termas famosas. Claudio fabricó el gigantesco acueducto cuyas ruinas son todavía el ma yor encanto de la campiña romana. Nerón construyó otro circo en el Vaticano, y también la Casa dorada o Domus aures, una mansión de lujo, con jardines, para completar la residencia demasiado exigua de la casa tradicional de Augusto, que habitaron los primeros emperadores en el Pa- latino. Pero acaso las obras más exquisitas de este período sean todavía las que ordenó el propio Augusto: su famoso Faro, construido al lado del antiguo Foro repu- blicano, conjunto monumental formado de un pórtico con un templo de Marte en el fedo, y el templo de Apolo, al lado de casa en el Palatino. Los restos que se han conservado de ambos monumentos, sobretodo del Foro de Augusto (del templo Apolo sólo tenemos unos capiteles), son mismo estilo helenístico del Ara Pacis, reinado de carácter romano.
Césares no sólo procedieron a em beaver la Urbe, sino que contribuyeron a la romanización de las primeras provincias del Imperio construyendo por doquier monumentos civiles y conmemorativos. España la primera de las provincias, tuvo un tempo de mármol dedicado a Augusto en Tarragona, poco inferior en belleza a los que el propio emperador había construido en Roma y del que quedan todavía algunos restos escultóricos.
En las Galias, la segunda de las provincias transalpinas por la fecha de su anexión al Imperio, se encuentran todavía varios monumentos de la época de los Césares. El más importante era, sin duda alguna, el gigantesco altar de Lyon dedicado al numen de Roma, una ara inmensa de mármol decorada con guirnaldas y bucráneos. Antes de la conquista romana se reunían anualmente en Lyon los jefes de las tribus galas, y los cautos latinos tuvieron cuidado de no ofender a sus nuevos súbditos, limitándose a cambiar el culto de sus dioses celtas por el de Roma, y aun sólo en el lugar donde se congregaban para discutir sus políticas provinciales. Más para impresionar a los bárbaros, el monumento o área de Lyon tenía que ser de dimensiones y belleza extraordinarias, y los mármoles que quedan del gran altar son realmente dignos de representar el poder y eficacia de la administración romana.
En dos lugares cercanos a Lyon: Vienne y Nimes, el genio civilizador romano dejó su huella con dos templos extraordinariamente conservados. Ambos estaban dedicados a los númenes de Roma y Augusto, y, por consiguiente, carecen de relieves alusivos; la decoración se reduce a elementos vegetales. Ambos están levantados sobre un basamento o podium, como los templos romanos de la época republicana; tienen un espacioso pórtico como el del templo de la Fortuna Viril de Roma, y carecen de opistodomos o cámara posterior para sagrario o vestiario. Es la consecuencia natural de estar tanto los edificios de Vienne y Nimes como el de la Fortuna Viril dedicados a númenes invisibles e incorpóreos y no a dioses, como los griegos, de carácter antropomórfico y real.