En Oriente, las particularidades del arte romano presentan ya desde el siglo II el problema de la parte que la escuela de esta provincia pueda haber tenido en la evolución artística de las formas antiguas y en la producción del arte cristiano. Así como supusimos que el arte militar de las provincias de Occidente contribuyó a crear la ornamentación románica medieval, así también el arte mixto, romano y oriental, de Siria debió de crear en gran parte las formas del estilo cristiano bizantino.
Este problema apasiona hoy enormemente. Pero ya desde la época de Trajano encontramos en Roma arquitectos orientales como Apolodoro de Damasco, y es indudable que Adriano debió de tener a su servicio artistas asiáticos y también, probablemente, egipcios. Mas, por otra parte, vemos el arte romano imponerse en lugares tan remotos como Baalbek, Palmira y Petra, en cuyos monumentos lo indígena, local o regional abunda mucho menos que lo importado, romano e imperial.
Vehículos de introducción de estilos artísticos en Roma eran los cultos extranjeros, que se iban infiltrando ya desde los últimos tiempos de la República. La Piedra Negra de Emessa, en la que se incorporaba a Atargatis, o sea Cibeles o la Magna Mater, se trajo a Roma ya en tiempo de la segunda guerra púnica, y a ella se le atribuía, por lo menos en parte, la victoria sobre Aníbal; pero su culto no se hizo popular hasta un siglo después.
La Magna Mater imponía ritos secretos de cofradías que se infligían terribles mutilaciones y penitencias. Atargatis era una antigua diosa hitita de montaña que cabalgaba, de pie, sobre un par de leones. Los romanos, al convertirla en Cibeles, la sentaron cómodamente en un carro que los leones conducían mansamente. Otra divinidad asiática importada a Roma por las legiones fue el hitita Teshub, el dios del trueno y el relámpago, convertido por los romanos en un Júpiter Dolioqueno que empuña el hacha.
De Egipto llegaron los cultos de Isis y Serapis, traídos por los veteranos de las guerras civiles. Serapis, el dios local de Alejandría, se identificó con Esculapio. Pero Isis, la esposa de Osiris, aseguraba después de la iniciación la bienaventuranza en el reino de ultratumba. La religión de Isis era menos cruenta que la de la Magna Mater: no exigía más que la circuncisión y llevar la cabeza afeitada. Los cofrades encontraban anticipaciones de felicidad en sus fiestas rituales.
Los templos eran cerrados y de estilo egipcio. Las mujeres aceptadas en la comunidad se distinguían por un moño de cabellos sobre la frente y un manto de lana con un gran pliegue que caía del cuello hasta los pies. Naturalmente, todos los devotos de Isis tenían inclinación a decorar sus mansiones con pinturas más o menos egipcias y se proveían de objetos traídos de Alejandría; hasta se importaba agua del Nilo.