Una sola de las regiones poseía un arte vigoroso y acaso más monumental que el de la misma Roma: el Oriente. En el país clásico de la arquitectura, los artífices legionarios no se encontraban abandonados a sus propios recursos como en Germania. Los campamentos, en las fronteras del desierto, son magníficos; están construidos con grandes sillares, y desafían en riqueza y magnitud a los soberbios castillos reales de los persas sasánidas, que se elevaban enfrente de ellos a poca distancia del limes romano.
Todas las ciudades de Siria se reconstruyeron casi en la época romana; las provincias de Asia eran las más florecientes del Imperio, y sus erarios municipales, con gran cantidad de numerario, podían a menudo servir de banqueros a la propia Roma. Para asegurar la dominación romana en las fronteras de Oriente, los emperadores contribuyeron a levantar en medio del desierto dos ciudades, Baalbek y Palmira, con suntuosidad tal que sorprendieron a los mismos asiáticos.
Se emplazaron en lugares donde habían existido santuarios semíticos dedicados a Baales de poblaciones del desierto. Por lo menos así parece indicarlo el culto allí practicado y la misma forma de sus templos, que eran hipetros, o del tipo de patio a cielo abierto, y otros detalles de su construcción gigantesca, completamente orientales.
El plano del templo principal de Baalbek da idea de la disposición general del santuario. El ingreso es un pórtico con diez columnas que conduce a un primer patio hexagonal. Detrás de éste se halla el inmenso patio, con el altar en el centro y dos aljibes de agua, como la fuente de bronce del templo de Jerusalén. Más allá, erigido sobre un podio, el gran templo a Baal, rodeado de un pórtico de columnas corintias, pero también a cielo abierto, con el interior de la cella en forma de patio que tiene los muros decorados con pilastras y nichos.
En Palmira, las ruinas del santuario acaso no tengan la monumentalidad gigantesca de Baalbek, pero los restos de la ciudad, crecida alrededor del templo, son mucho más impresionantes que los del oasis de Baalbek, hoy convertido en huertos. En Palmira se mantienen en pie largas filas de columnas que servían de pórtico y abrigo en las calles principales.
Además de los grandes centros religiosos de Baalbek y Palmira, otras ciudades de la frontera de Siria consiguieron cierta prosperidad y llegaron a ser ricas, por haberse convertido en centros mercantiles y comerciales entre las poblaciones asiáticas y las provincias ya romanizadas. Ejemplo de ello son Bosra y Petra, en Jordania. Bosra era la residencia del gobernador romano, y fue después obispado; su campo de ruinas está en un altozano del desierto.
Petra debió su importancia a encontrarse en el límite de las tierras arenosas hasta donde podían llegar los camellos; allí, los cargamentos de las caravanas tenían que acomodarse a lomo de mulos, porque se entraba en una región pedregosa. En aquellas regiones, la autoridad romana se impuso débilmente y solo un corto período, pero así y todo, en el vasto conjunto de ruinas de Bosra y Petra se ven aún los restos del teatro y otros edificios indispensables de una ciudad romana. En Petra, las fachadas de las tumbas y de las casas están talladas en la roca. La mayor parte tienen el mismo estilo semiclásico: pilastras adosadas y arquitrabe, con un extraño remate de almenas escalonadas.
El arte clásico en aquellas esculturas ha dado solo la técnica: el gesto y la expresión son completamente exóticos al arte romano.