El judaísmo, enemigo en principio de toda clase de representaciones figuradas, transigía a menudo consintiendo en las sinagogas mosaicos con los signos del Zodíaco, el carro del Sol y aún de la historia bíblica. Hablaremos de esto en un próximo capítulo; pero, aun importados de Oriente los temas del Antiguo Testamento, tuvieron que sufrir en las catacumbas romanas completa transformación para poder servir al propósito de los pintores cristianos, esto es, representar con símbolos, alusiones proféticas y analogías el tipo nuevo derivado de cada parábola evangélica y cada episodio de la vida de Jesús.
Un repertorio, que podríamos llamar judaico, pudo, pues, aprovecharse en las catacumbas; pero el trabajo de creación fue doble, porque los artistas tuvieron que interpretar ya cristianamente la serie de las representaciones bíblicas del Antiguo Testamento antes de dedicarse con toda su alma a producir representaciones genuinamente cristianas.
También, siempre que pudieron, se aprovecharon de elementos ya formados del arte antiguo; así, por ejemplo, Noé con el arca y la paloma son tres figuras que existían ya en el repertorio de la antigüedad clásica: Noé va vestido como un filósofo, el arca es una caja pequeñita, como se acostumbraba pintar la caja en que Perseo encerró a Dánae, y la paloma volando es el pájaro que acompaña a Venus en las figuras clásicas.
Al principio, la Virgen parece una Isis que amamanta a Horus. Estas figuras y sus símbolos muchas veces se presentaron aislados en los epitafios, y si bien los paganos les atribuían valor todavía mitológico, para los creyentes tenían otro significado místico muchísimo más profundo: la paloma era la paz y la resurrección; el áncora, la cruz; el pescado, el Ictus, símbolo de Cristo.
«No os duela ser pescados por Cristo», decía un Padre de la Iglesia, «antes procurad morder el anzuelo que os arroja el Salvador». La paloma era también signo de la bienaventuranza después del martirio; el fénix, el símbolo de la resurrección; el pavo real, el del alma beata revestida de cuerpo glorioso.