Otro nabi, el suizo Félix Valloton, fue en sus lienzos, carteles, litografías e ilustraciones, un ágil comentarista de la vida contemporánea, hasta que derivó, después, al cultivo del desnudo femenino y del retrato, concebidos con sazonado clasicismo.
Pero las más destacadas figuras de este grupo (en el que, antes de dedicarse a la escultura, se integró también un tránsfuga de la Escuela de Pont-Aven, Aristides Maillol) fueron Pierre Bonnard y Edouard Vuillard. Ambos se rebelaron al principio como artistas gráficos, diseñadores de viñetas e ilustraciones o carteles, lo cual nos aclara por qué, en sus años juveniles, se sintieron atraídos hacia la pintura de paneles de intención prevalentemente decorativa. Vuillard acertó a dar una nota muy original del intimismo, tanto en sus pequeñas pinturas de estructura simplista y colorido por lo general agrisado, como en los lienzos posteriores de difíciles escenas de interior, admirablemente resueltas gracias a un dominio excepcional del manejo de los pinceles. Su estilo fue evolucionando, más tarde, en sentido cada vez más realista, y en su edad madura pudo situarse por encima de todos los apriorismos de escuela.
Más llamativa es, en general, la pintura de su compañero Bonnard. Siempre fue un pintor impulsivo, que se halló a sus anchas cuando empleó su típico estilo abocetado, en el que se preocupó por lograr la espontaneidad del color. Interesado sobre todo por el estudio del desnudo femenino y por los aspectos de la intimidad familiar, fue, a su manera, un impresionista sin conexión con los antiguos maestros de aquella heroica tendencia del siglo XIX.
Se ha dado el nombre de fauves a varios pintores, casi todos muy jóvenes, cuyos lienzos, al ser expuestos en París, en el Salón de Otoño de 1905, levantaron gran polvareda. Al año siguiente, en el rincón reservado a sus obras, un escultor académico, Marque, expuso un busto infantil, donatelliano, y durante el vernissage de aquella exposición el crítico Louis Vauxcelles hubo de exclamar, señalando aquel busto, cuya presencia entre tales vecinos resultaba chocante: Voici Donatello au milieu des fauves! («¡He ahí a Donatello en medio de las fieras!»)
Entre estas fieras», los pintores que en rigor integraban el grupo eran: Vlaminck, Derain, Matisse, Manguin, Marquet, Braque, Othon Friesz y Raoul Dufy. Con los primeros fauves habían expuesto en 1905 Rouault, ya expresionista, y el holandés fijado en París Kees van Dongen, que pronto aplicó su desenvuelto estilo, de fuerte policromía, a los temas de la frivolidad contemporánea y al retrato.
No se trataba, en realidad, de escuela, sino de una suma de voluntades inconformistas, al modo como también lo fue, en Dresde, el grupo Die Brücke («El Puente»), que, constituido por aquellos años, se orientó pronto hacia el expresionismo. Aspiraban a reivindicar la actitud subjetiva, y se proponían basar exclusivamente la pintura en la exaltación del color puro, sustituyendo la perspectiva por un libre juego de disonancias. Su finalidad era la misma de siempre desde el impresionismo: sugerir la emoción original, que aquí se llamó el «choc cromático». Algunos de los fauves eran viejos amigos, como Maurice de Vlaminck y André Derain. Ambos destacaban entonces, como Friesz, por sus trepidantes concepciones y crudeza colorística. Hacia 1907 el grupo se fue desintegrando. Derain se interesó por el estudio del volumen y la composición rigurosa, según Cézanne, y a través de sucesivas etapas, en que aplicó una inteligente estilización, acabó hacia 1920 por inclinarse a las normas clásicas. Vlaminck también estudió entonces el estructuralismo cezanniano antes de hallar la fórmula de sus bodegones y de sus paisajes, en que suelen dominar las tonalidades grises o azules. Marquet orientó su aguda capacidad analítica hacia el logro de una armónica unidad en sus marinas y aspectos urbanos, y algo por el estilo le ocurrió a Friesz. Dufy, sin desprenderse por completo de su alegre paleta fauve, dio también en el estudio de Cézanne, y después, con brioso virtuosismo, se dedicó al cultivo de un elegante arte sincopado. Braque (el más joven de aquellos pintores) sentó con Picasso las bases del cubismo, y a él se entregó antes de dedicarse a la solución de problemas estructurales y a especular, en un juego de exigente sensibilidad, con las formas y el colorido.
En 1908 los fauves se habían dispersado; Braque reconocería después que «era imposible permanecer en aquel paroxismo». Tan sólo Henri Matisse prosiguió evolucionando dentro de la dirección iniciada. Había nacido en Cateau (departamento del Norte) en 1869, hijo de un comerciante acaudalado, y estudió Leyes antes de tomar por primera vez los pinceles a los veinte años, en el curso de una larga convalecencia. Frecuentó en París la Academia Julián y las lecciones de Gustavo Moreau en la Escuela de Bellas Artes; copió en el Louvre a algunos antiguos maestros, y era gran entusiasta de Cézanne cuando, después de haberse ensayado con talento en la técnica impresionista, se integró a lo que se llamaría el fauvismo. Llegaba a él con una madurez cultural de la que sus compañeros, más jóvenes, carecían; pero no sentía menores ansias renovadoras que ellos. Lo prueban varias de sus obras de hacia 1905, como el llamado Retrato de la raya verde, hoy en el Museo de Copenhague, y la segunda versión de su monumental lienzo: Calme, luxe et volupté (en aquel mismo museo).
En todas sus etapas subsiguientes los efectos de color tuvieron capital importancia en su pintura, que siempre aparece mar- cada por el sello de un profundo intelectualismo. Un colorido austero, a veces en contraste con tonalidades frías y claras, y una tendencia al diseño anguloso y a resolver escuetamente los problemas de la espacialidad, se observan en lo que pintó entre 1914 y 1917. A este período pertenecen dos obras famosas, muy distintas entre sí: La lección de piano e Interior en Niza. Su predilección le llevó, entre 1917 y 1927, a la pintura de odaliscas o desnudos en interiores fastuosos, con alfombras de vivos colores, y empleo de sinuosos arabescos.
Cuando realizó en 1933 para la Fundación Barnes, en Merion (Estados Unidos),su gran mural La Danza, Matisse sometió el diseño compositivo y el color a gran sintetización, que llevó al máximo del esquematismo en la pintura de la capilla que para las monjas Dominicas de Vence terminó en el año 1950, cuatro años antes de su muerte. Sin embargo, no abandonó su cromatismo de vivos contrastes en las obras de caballete de sus últimos años, en su mayoría interiores elegantes, casi siempre con figuras femeninas, tema que siempre fue dela predilección de este innovador, al que nunca le estorbó (en un período durante el cual tantas cosas feas se han pintado) que una obra de arte fuese atractiva.