Pero la fantasía arquitectónica se va exagerando con el tiempo: avanzan más las columnas, que se hacen cada vez más realistas, y entre estos pórticos pintados se figuran paisajes bellísimos, llenos de naturalismo, o ventanas con panorama en el fondo. Por fin, prosiguiendo en la misma idea, toda la pared se divide en columnas o pilastras, las cuales dejan también ver entre ellas pintorescas composiciones. En una villa imperial situada fuera de las mu rallas de la propia Roma, el efecto resulta todavía más exagerado, porque toda la pared está deliciosamente decorada con la vista de un vergel florido; los árboles más graciosos se yerguen hasta el techo, llenos de pájaros multicolores; en el centro del plafón, una fuentecilla brota de entre las hierbas. Esta no podía llamarse, en verdad, composición del estilo arquitectónico, pero el principio decorativo es el mismo: trá tase sencillamente de ensanchar la habitación con perspectivas figuradas.
El tercer estilo de decoración mural romana es el llamado estilo ornamental. Aquí ya no se trata de dar la ilusión de la profundidad; toda la pared tiene, por lo general, un tono uniforme. Es blanca o negra o de un rojo intenso llamado pompeyano, pero en esta intensa nota de color se destacan mil adornos en miniatura: frisos con pequeñas guirnaldas, fajas verticales con entrelazados, guirnaldas, máscaras y cestitos y, sobre todo, los paños colgantes; están dispuestos estos mil elementos de un modo apacible, procurando sólo que con sus colores complementarios apaguen la nota demasiado intensa del campo uniforme de la pared. La parte más rica de esta decoración ornamental son las fajas, llenas de figuras de amorcillos jugando y de escenas caricaturescas. En su origen parece probable que estos frisos se aplicarán en pinturas al vidrio, como las que ya hemos visto que se usaban en la decoración alejandrina; de otro modo no se explica la minuciosidad con que están dibujados todos los detalles, impropia de la decoración al fresco. Debió de corresponder este estilo ornamental a la moda imperante durante el reinado de Nerón, porque los restos de estucos y frescos que decoraban su Casa áurea, convertida hoy en sótano de las termas de Tito, están compuestos según este tercer sistema de decoración mural.
El estilo de pinturas de la Casa aurea de Nerón, descubierta en la época de Rafael y Miguel Ángel, influyó muchísimo en el estilo decorativo del Renacimiento del siglo xvi. Siendo las cámaras decoradas de la Domus aurea actualmente subterráneas, forman como grutas o cantinas, y de aquí que al descubrirse estos adornos se les llamará grutescos. Los elementos decorativos del Renacimiento están, pues, principalmente derivados del tercer estilo ornamental romano, porque entonces no se co- nocían otras decoraciones romanas ni se habían excavado aún las casas de Pompeya, las cuales son un arsenal variadísimo de motivos de los varios estilos romanos de decoración.Y, por fin, un cuarto estilo de decoración mural romana es el adoptado en los últimos días de Pompeya y, por consiguiente, al terminar ya el primer siglo después de Jesucristo. Se llama estilo ilusionista, por que no tiene la pretensión de dar un efec to del natural, como el primero y segundo estilos, y porque para enriquecer la pared se vale también de la representación de formas arquitectónicas: columnas, frisos y ventanas, pero pintados de la manera más fantástica. Las columnas, delgadisimas, están aglomeradas, sin respeto a la verosi militud, en un laberinto de formas que llega a producir algunas veces un efecto desorientador. Hay elementos de exquisita imaginación en este estilo. A veces, las columnas de los caprichosos templetes se sostienen sobre pequeños animales, los amores se encaraman por sus finos tallos, las hojas en espiral se retuercen, como los modernos modelos metálicos. Pero más que nada su belleza estriba en la infinidad de colores vivísimos que, en aquel torbellino de formas, aparecen y desaparecen en un pequeño espacio de pared.
Estos cuatro estilos de decoración roma na no guardan entre sí un orden matemático cronológico; ya hemos visto que en la casa de Livia, en el Palatino, dos de ellos se encuentran en una misma construc- ción; de todos modos y a grandes líneas puede considerarse que uno sucede al otro, de acuerdo con los sucesivos cambios de la moda. Ellos sirven a menudo para fijar la época de las casas en que se encuentran, porque hay algunos datos seguros, esto es: el segundo estilo era contemporáneo de Augusto, el tercero del reinado de Nerón y el cuarto de la destrucción de Pompeya. Se ven allí edificios a medio acabar que se estaban decorando con el cuarto estilo.
El centro del plafón, tanto en el tercero como en el cuarto estilos, solía llenar un recuadro que reproducía alguna pintura famosa del arte griego, repetida naturalmente de una copia manoseada mil y mil veces. Pero, así y todo, los cuadros que decoran los muros de Pompeya son muchas veces preciosas sugestiones para restaurar grandes obras pictóricas pérdidas, que se completan con otros indicios que nos dan la cerámica o los mosaicos. Con esta documentación heterogénea podemos llegar a imaginar algo de los originales griegos. Sin embargo, hay que ir con gran cautela cuando se trata de aceptar las indicaciones de los frescos pompeyanos. Los decoradores de pared alteran a veces o mutilan las composiciones clásicas para combinar sus pequeños plafones. Otras veces, los pintores aprovechan un tema notable de la escultura, pintando una estatua o relieve y transformándolos luego en un cuadro.
Al tratar del Ara Pacis y de otros monumentos del período augusteo, hemos indicado ya las condiciones del naturalismo en los detalles y del orden equilibrado en la composición que caracterizan la escultura romana. Hemos hablado también de las representaciones figuradas de carácter histórico y de las personificaciones locales, de ríos, fuentes y ciudades. A veces estas personificaciones se representaban aparte de un asunto histórico; el genio romano, olvidando por un instante su carácter conmemorativo, encontraba placer en representar, sin ningún propósito religioso o civil, los númenes locales. De ello es ejem- plo el maravilloso relieve del Louvre, procedente de la Vía Appia, en el cual se ve a tres matronas coronadas de torres, tres ciudades: una con el cántaro- rica, pues, en agua, por tanto Antioquía junto al Orontes, otra con espigas la metrópoli del valle del Nilo Y otra que se arregla el manto, pero marca el camino-la Roma imperial-.