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El Renacimiento en los Países Bajos se desarrolló con una identidad propia, combinando las influencias clásicas italianas con las tradiciones locales. A principios del siglo XVI, los artistas y arquitectos neerlandeses comenzaron a adoptar los principios del Renacimiento, aunque pronto estos se vieron enriquecidos por elementos barrocos, reflejando el dinamismo cultural y religioso de la región.
Edificios como la Iglesia de las Beguinas en Bruselas y la Iglesia de los Jesuitas en Amberes son ejemplos de cómo las formas clásicas se transformaron bajo el influjo del barroco. En contraste, estructuras como el Palacio de Mauricio de Nassau en La Haya mantienen una sobriedad clásica que refleja el carácter pragmático de las provincias del norte.
El Renacimiento neerlandés también se manifestó en la pintura, con artistas que exploraron temas mitológicos y religiosos en un estilo que combinaba la influencia italiana con una atención al detalle y un realismo característico de la región. Este período preparó el terreno para el auge del barroco y el Siglo de Oro de la pintura holandesa.