El arquitecto del Alcázar de Toledo difícilmente podía olvidar la tradición; llamábase Alonso de Covarrubias, y como yerno y sucesor que era de Enrique de Egas, tenía que reincidir, aun sin quererlo, en el plateresco. El Alcázar de Toledo, destruido durante la guerra de liberación española (aunque ahora restaurado), tiene una forma más regular que el fantástico palacio de la Alhambra: es de planta rectangular,con cuatro elegantes torres en los ángulos, Erigido sobre una altura que domina la ciudad y el río, era un monumento de grandiosidad extraordinaria; lástima que la vieja del Toledo no pudiese ofrecerle una avenida digna de él, con grandes espacios abiertos que facilitaran su perspectiva, pues que daba englobado en la masa de la ciudad, del tan llena de monumentos como de casas.
Pero cuando el viajero llegaba a olvidar lo que es hoy Toledo y se encontraba ante el Alcázar y penetraba en su noble patio, sin exageraciones de grandeza ni opulencia, experimentaba una impresión de histórica majestad que pocos monumentos producen en el mundo. Los detalles de la puerta, con sus heraldos y escudos, los de las ventanas y el patio, eran de un plateresco ya no de platero, sino de un gran arquitecto, que concibe y planea pensando lo mismo en los detalles en las grandes masas.
La fachada del Alcázar, proyectada por Covarrubias, tiene aún la disposición gene ral de los palacios platerescos: dos pisos inferiores con ventanas y un orden superior que forma una logia o galería; sólo que, en el Alcázar de Toledo, las aberturas de la galería alternan con un espacio liso, lo que o da más solidez y severidad al remate del edificio. Covarrubias no pudo terminar la obra; puede decirse que de él sólo son la fachada y el patio. A su muerte sucedieron en la dirección de los traba un italiano, llamado Juan Francisco Castello, de Bérgamo, quien hizo la crujía mediodía atribuida por algunos a Herrera, y Francisco de Villalpando, el que construyó la monumental escalera, que ocupa todo el espacio interior de una ala patio, una de las partes más singular del edificio.
Casi simultánea es la construcción en Madrid de otro palacio o alcázar, en el sitio, poco más o menos, que hoy ocupa el Palacio Real. Destruido por un incendio. Quedan del Alcázar de Madrid muy pocos recuerdos gráficos y descripciones; no sería, con seguridad, tan suntuoso como el de Toledo, que era la residencia oficial de la corte y capital de la monarquía. Madrid no fue reconocida como capital hasta mucho después. El mismo desco y la necesidad de la nueva monarquía hispánica de poseer residencia en el centro de la Península llevaron a construir los primeros núcleos de los palacios de Aranjuez y El Pardo, primero simples pabellones de caza, que sólo alcanzaron carácter de grandes palacios de verano durante el siglo XVII.
Pero todas estas construcciones reales quedan eclipsadas por el colosal palacio- panteón construido por orden de Felipe II en El Escorial. La obra fue comenzada en el año 1563 y se terminó en 1584. En el espacio de unos veinte años se hizo la excavación en la vertiente de la montaña (una estribación del Guadarrama) y se construyó el edificio, que por sus proporciones y unidad de estilo es aún el asombro de las gentes. Existen, sin duda alguna, monumentos mayores que El Escorial, por ejemplo, el Louvre y el Vaticano, pero éstos fueron construidos en diferentes épocas y no tienen aquella fuerza de homogeneidad, que es lo que causa más impresión en El Escorial. Casi todo él está construido del granito de la misma montaña. Las crestas desoladas de sus alrededores, el paisaje sin término que desciende hacia el llano, todo contribuye a la misma impresión, y aunque en la dirección de las obras se sucedieron varios arquitectos, todo en El Escorial responde a una misma nota: el clima, el aire y el cielo. La piedra dura de la meseta. castellana, el alma de Felipe II interviniendo en todos los detalles, fueron las verdaderas causas de la unidad que tanto sorprende en la fábrica del Escorial. Lo más singular es que los dos principales directores de esta obra, que resultó la más castellana de todas las construcciones de Castilla, habían llegado recientemente de Italia y regresaban con el propósito de imitar las últimas creaciones de la escuela romana del Renacimiento.
El altar mayor de la iglesia del Monasterio