Modestos, pero también de la forma de torre cuadrada o circular, son muchos de los edificios funerarios de la Vía Appia. En la inmediación de la ciudad, las vías romanas servían de cementerios, y los monumentos funerarios erigidos en la Vía Appia puede decirse que estaban contiguos y formaban como una especie de inmensa avenida de sepulcros. La Vía Apia romana es famosa porque conserva, descarnados de su decoración marmórea, los macizos que formaban el cuerpo interior de estos sepulcros, y son tan abundantes, que todavía hoy hacen variar románticamente la silueta del paisaje romano. Pero si la Vía Appia, por ser el camino que conducía a la Campania y la Italia Meridional, era el cementerio de moda y el preferido de los patricios romanos de esta época, no dejaron de tener también sepulcros las demás vías que atraviesan el Lacio: la Vía Latina, la Tusculana y la Ardeatina, con otras todavía que arrancan de Roma.
Pasemos ahora a la escultura. Algo hemos tenido que anticipar ya de ella al hablar de la decoración de algunos monumentos, como el arco de Tito y la columna Trajana. En el relieve conmemorativo de la dedicación del templo de Venus y Ro- ma, las figuras del primero y segundo términos ofrecen también la ingeniosa combinación de planos que da la perspectiva a las del arco de Tito. Pero en pocos años se nota un gran cambio de estilo. En la columna triunfal dedicada a Marco Aurelio, los relieves del rótulo helicoidal, que representan las campañas del emperador filósofo, son de mucho menos fuerza artística que los relieves de la columna dedicada medio siglo antes a Trajano. Es innegable que en el arte de los relieves conmemorativos comienza a revelarse marcada decadencia. En cambio, en los retratos continúan los escultores haciendo maravillas durante todo el segundo siglo de Jesucristo. Así el retrato de Vespasiano, tan lleno de naturalismo, y que tan bien sugiere la complexión obesa, etrusca, de los Flavios.
Por lo general se hacían representar togados, pues su tipo no se prestaba para el tono heroico ni para revestir la coraza imperial del Augusto esbelto de Prima Porta.
Una excelente estatua de Nerva, sentado, se conserva en el Vaticano; repite el tipo del monarca sentado con gesto olímpico. De Trajano y Adriano se conservan más retratos de ningún otro emperador, a excepción de Augusto. Es el período de mayor prestigio del Estado romano; las provincias, rebosando prosperidad merced a los beneficios de una administración paternal, reclaman para honrarla una imagen del emperador, grande o pequeña. De Antonino tenemos pocos retratos, pero los que poseemos manifiestan aquella serenidad patriarcal que tanto ensalza Marco Aurelio en sus Soliloquios. En cambio, del propio Marco Aurelio, que hacía alarde de no desear gloria personal, se conserva en Roma la única estatua imperial a caballo que conocieron los artistas del Renacimiento y ha servido de tipo a todas las modernas estatuas ecuestres.
De categoría casi imperial puede considerarse a Antinoo, el joven bitinio favorito de Adriano. Este oriental, de rara belleza, tuvo precozmente un fin misterioso, al ahogarse en las aguas del Nilo. Al parecer se trató de un sacrificio, con que contaba procurar la felicidad del emperador. El recuerdo de Antinoo persiguió toda la vida a Adriano, y éste mandó edificar a la memoria de su favorito una ciudad en Egipto y fue elevado a la categoría de semidiós. Los escultores imperiales, para labrar su retrato idealizado, crearon un nuevo tipo artístico, que es el último producto original del arte clásico. Sobre un ancho pecho apolíneo colocaron la cabeza sensual de Antinoo con sus rizos báquicos, formando un contraste de robustez y de sensualidad refinada que constituye una verdadera creación. Antinoo se representó de mil maneras: vestido con manto sacerdotal, de pie o sentado, como un dios, o transfigurado, heroizado con corona de amapolas y guirnalda de rosas.
Pero más que los personajes imperiales, a quienes a menudo se retrata con estilo áulico, enfático y algo idealizados, nos interesan los retratos de magistrados de menor categoría y aun de simples ciudadanos. Los escultores romanos hacen maravillas de caracterización, ya que algunos de los retratos se comprende que debían de ser de tremendo parecido. A veces, los escultores expresan sentimientos de intimidad que parece moderna. En un grupo funerario del Vaticano, la esposa, con modestia y devoción, apoya una mano en el hombro de su compañero, de más edad que ella, mien tras con la otra le estrecha la diestra, haciendo alarde de no querer separarse de él ni aun en el sepulcro. Este retrato ble, que se consideró como expresión de las virtudes tradicionales romanas, se llamó «Catón y Porcia», los dos esposos modelos de la época republicana, pero por el peinado de la esposa descubre que es del tiempo de Adriano.
En los retratos femeninos sirve enormemente para fijar su cronología la moda del peinado. Es indudable que entonces como ahora había damas que se resisten a cambiar la manera de peinarse; en efecto, tenemos grupos de personas de diferentes edades en que las de una generación van peinadas a la antigua y las jóvenes a la última moda. Mas para personas de representación social el peinado al gusto de la época era una obligación que les imponía el cargo. Además es casi seguro que las modas se originan en el Palatino, y las lanzaba la emperatriz. Ya hemos visto que en tiempos de los Césares perduró la manera de peinarse de Livia, la esposa de Augusto. Por tanto, se identificarán como retratos del tiempo de Tito o de los primeros años de Domiciano los que aparezcan peinados formando los cabellos como una toca sobre la cabeza, El alborotarse la mata de cabellos formando rizos es ya posterior a la época de los Flavios. El admirable retrato de la vestal Máxima, encontrado en la casa de las vestales del Foro romano, acaso sea de la época de Trajano, porque lleva el cabello recogido y trenzado que usó siempre Plotina. Pronto cambió por completo la moda; en los reinados de Antonino y Marco Aurelio se adoptó el tocado con el pelo partido y ondulado que llevaban las dos Faustinas. Este ya debió de comenzar mucho antes, porque en el arco de Benevento vemos unos frisos con Victorias pareadas que sostienen unas guirnaldas, y mientras una de ellas lleva todavía el peinado alto, la otra ya lo usa bajo y ondulado. Pero sólo al llegar el tiempo de Antonino y Faustina este último se hizo universal.